En junio de 1951 Merton fue designado para un nuevo puesto en la comunidad. Había unos treinta monjes jóvenes preparándose para el sacerdocio, y por eso se creó el cargo de maestro de estudiantes, cargo que ocupó Merton. Él afrontó este nuevo oficio sintiéndose como un pato en el agua. Había buscado un sentimiento de familia ya desde la muerte de su madre, cuando tenía él seis años, y desde la muerte de su padre, cuando tenía quince años. Quizá lo echaba de menos incluso antes, cuando habla del severo espíritu de su madre, y cuando tras la muerte de ésta su padre lo retuvo con él por temporadas y otras lo envió con sus abuelos de Nueva York. Su padre estaba más preocupado por su profesión artística y también por su relación sentimental con Evelyn Scout. Merton expresa sus sentimientos: “sin familia, sin patria, sin padre…sin Dios, sin cielo, sin gracia.”
Muchas de sus travesuras mientras estaba en la escuela, bien en Francia o Inglaterra o Nueva York, pueden ser consideradas como fútiles intentos de encontrar braceando una familia donde no la había. Incluso después de su conversión e ingreso en el monasterio, las estrictas reglas de silencio y los ideales de soledad impidieron cualquier sentimiento profundo de pertenencia. Sin embargo, en su nuevo cargo fue a la vez padre y hermano de un grupo de monjes jóvenes que miraban hacia él para su formación.
Merton describe en sus diarios su reacción ante el nuevo encargo recibido: “Ahora que soy un director espiritual tengo que vivir más allá de mis propios límites en las almas de quienes Dios ha puesto bajo mi cuidado.” Así, pues, esta nueva postura tuvo su influencia en Merton y su desarrollo. Después de unos cuantos meses, escribía: “Hace seis meses que soy maestro de estudiantes; he contemplado sus corazones y he tomado sus cargas sobre mí… No sé si ellos han descubierto algo nuevo, o sin son capaces de amar más a Dios, o si le he ayudado en alguna manera a encontrarse a sí mismos, lo que quiere decir a perderse a sí mismos; pero sí sé lo que he descubierto: el tipo de trabajo, al que una vez tuve miedo porque yo pensaba que podría interferir con la “‘soledad”, es, de hecho, el único camino hacia la soledad.”
Más adelante decía: “¿Cuál es mi desierto? Su nombre es compasión... No existen fronteras que controlen a los moradores de esta soledad en la cual yo vivo solo… perteneciendo a todos y a nadie… porque Dios está conmigo y se asienta en las ruinas de mi corazón, predicando el evangelio a los pobres… ¿Supones que yo tengo una vida espiritual? No, no la tengo. Yo soy indigencia, soy silencio, soy pobreza, soy soledad, porque he renunciado a la espiritualidad para encontrar a Dios y es Él quien predica en voz alta en lo profundo de mi indigencia… Compasión. Te tomo por mi Señora. De la misma manera que Francisco desposó a la Pobreza, yo te desposo a ti, Reina de los eremitas y Madre de los pobres”.
Este espíritu de compasión llenaría el corazón de Thomas Merton durante el tiempo de su permanencia en el monasterio y se manifestaría en todo lo que escribió y enseño durante esos años. Sólo después de otros seis meses Merton compuso la bellísima meditación que algunos han calificado como lo mejor de sus escritos:
“La voz de Dios se oye en el Paraíso: “Lo que era vil se ha vuelto precioso. Lo que ahora es precioso no fue nunca vil… Lo que era cruel se ha vuelto misericordioso. Lo que ahora es misericordioso no fue nunca cruel. Yo siempre he eclipsado a Jonás con Mi misericordia, y no conozco en absoluto la crueldad. ¿Me has visto alguna vez, Jonás, hijo mío?
Misericordia sobre misericordia sobre misericordia. He perdonado al universo sin medida, porque nunca he conocido el pecado.
Lo que era pobre se ha vuelto infinito. Lo que es infinito no fue nunca pobre. Para mí la pobreza siempre ha sido algo infinito: no amo a los ricos…
Lo que era frágil se ha vuelto poderoso. Yo amé lo que era máximamente quebradizo. Me preocupé de lo que no era nada. Toqué lo que carecía de sustancia y, en el interior de lo que no era, yo soy”.”
Merton toca aquí los que él llama la “paradoja” de su vida. Por eso escribió:
“Es en la misma paradoja, la paradoja que fue y es todavía una fuente de inseguridad, donde he llegado a encontrar la más grande seguridad. Me he convencido de que las reales contradicciones de mi vida son en cierto sentido signos de la gracia de Dios para conmigo… Paradójicamente, he encontrado paz porque siempre he estado insatisfecho. Mis momentos de depresión y desánimo se han transformado en renovaciones, nuevos comienzos. Toda vida tiende a crecer así, en el misterio envuelto en paradoja y contradicción, bien centrado, en lo más íntimo del corazón, en la divina misericordia". (Continúa...)
Thomas Merton:
Un monje compasivo, un hombre paradójico
(James Conner, ocso)
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