“La renovación monástica debe,
ahora más que nunca, aspirar a la autenticidad”. Así escribe TM en uno de
los capítulos de “Acción y contemplación”, donde comenta sobre la crisis de
identidad de los que acuden al monasterio para ser monjes. Merton habla acerca
del hombre de su tiempo, más allá de los límites de la institución monástica, y
sus análisis conservan actualidad, y dan luz a la hora de vivir una vida
auténtica en cualquier ámbito de la sociedad.
“La autenticidad que desea sinceramente y con razón el monje moderno,
lo tenga o no totalmente consciente, es antes que nada una fidelidad a su
propia verdad y a su propio ser interior en cuanto persona. Lo primero de todo
(algo que era mucho menos precario en tiempos pasados) es la auténtica
afirmación de su propia identidad. Sin este punto de partida se perderá todo lo
demás.
Mas una vida monástica que
tienda sistemáticamente a negar y frustrar al monje en esta búsqueda de su
propia autenticidad interior antes que nada, amenazará necesariamente la
autenticidad de su vocación. No le dejará más que una alternativa: o bien
someterse, sacrificar su integridad y su fidelidad a esta exigencia primerísima
de su conciencia y vivir como un zombi,
o bien dejar el monasterio. Tan sólo los maduros serán capaces de adaptarse al
monasterio a pesar de todo y vivir como verdaderos monjes aunque el espíritu de
la comunidad pueda ser hasta cierto punto inauténtico”.
Aquí aflora el humanismo
mertoniano, que creo yo es fruto de su experiencia precristiana y de su amplia
cultura, que dieron a su búsqueda cristiana y monástica una dimensión peculiar.
Merton afirma: “No debemos tolerar en ningún caso la supervivencia de una
espiritualidad que, ya sea explícita o implícitamente, parezca requerir el sacrificio
de la autenticidad y la integridad personales. Esto equivaldría al sacrificio
de la verdad, sería como vivir una mentira”.
“Debemos tener mucho cuidado de no tolerar ninguna ambigüedad en este
campo, por ejemplo, aprobando conceptos de humildad y obediencia que parezcan
decir que la abdicación completa de nuestra autonomía y dignidad personales es
un valor fundamental del ascetismo monástico. No debemos predicar una
obediencia que sea un sometimiento meramente pasivo, una humildad que sea una
gozosa aceptación de la abyección despersonalizada, una espiritualidad que
glorifique, como abnegación, la abdicación total de todo valor y toda identidad
humanos. Esto debe verse como lo que es: un rebajamiento del hombre que no da
ninguna gloria a Dios, sino que constituye una teología barata y un falso
sobrenaturalismo que ponen en grave peligro la fe de quienes se dejan atrapar
por ellos durante un tiempo, solo para abandonarlos más tarde, disgustados y
desilusionados”.
“Una espiritualidad que desprecia la naturaleza y menosprecia a la
persona humana es fundamentalmente divisoria y maniquea. Implica un concepto
profundamente dualista de Dios y Su creación, en el que la creación parece
oponerse a la bondad de Dios y ser completamente ajena a Dios; de hecho, a esta
luz, la creación parece ser algo que
Dios maldice, en vez de bendecirla y redimirla. Así pues, en lugar de utilizar
los bienes de la naturaleza que Dios nos ha dado, les tememos y los
despreciamos. Los rechazamos y los pisoteamos con desden. ¡Pero eso es algo que
no podemos permitirnos cuando se trata de nuestra propia libertad, de nuestra
integridad, de nuestra dignidad como personas! Despreciar a la persona humana y
su identidad es despreciar la imagen de Dios reflejada en el hombre, Su
criatura y Su hijo”.
Así, TM, desde su visión espiritual, profundamente humanizadora, puede
afirmar: “La vida monástica tiene como misión ante el mundo afirmar no sólo el
mensaje de salvación, sino también los valores humanos más fundamentales que el
mundo necesita con tanta urgencia recuperar: la integridad personal, la paz
interior, la autenticidad, la identidad, la profundidad interior, la alegría
espiritual, la capacidad de amar, la capacidad de disfrutar de la creación de
Dios y de dar gracias. Si el mundo no puede encontrar estas cosas en el
monasterio, de poco sirve seguir los últimos cambios de la liturgia, tener las
máquinas más eficientes y estar haciendo un buen negocio.
Nuestra tarea primordial es ser
plenamente humanos y permitir que la juventud de nuestros días se encuentre y
crezca en su condición de hombres e hijos de Dios. No hay ninguna necesidad de
tener una comunidad de robots religiosos sin mente, sin corazón, sin ideas y
sin rostro. Esta enajenación insensata es la que caracteriza al mundo y a la vida
en el mundo. Hoy la espiritualidad monástica debe ser un humanismo cristiano y
personalista que busque y salve la verdad íntima del hombre, su identidad
personal, a fin de consagrarla por entero a Dios”.
1 comentario:
Merton fue profeta y místico, y su espiritualidad responde a ambas experiencias de Dios. Un tipo de espiritualidad que considerada tan necesaria para muchos, como temida por algunos. Y es que la mística es una espiritualidad que no es dependiente, ni tributaria, de nada externo y dual (no se somete a esquemas normativos establecidos).
Obviamente, Merton no es poseedor de ninguna verdad única o absoluta, y se puede estar de acuerdo con algunas de sus interpretaciones y disentir de otras. Ni el ni nadie puede ser totalmente imparcial y objetivo en su visión de todas las cuestiones. En su caso, entre otros motivos, porque no podía sustraerse por completo (consciente o inconscientemente) de determinados condicionantes determinados por su condición profesional oficial dentro de una estructura institucional, por su mapa existencial psicológico y por el contexto cultural general del tiempo en el que vivió.
Lo que sí es muy cierto es que fue un importante precursor en la propuesta de renovación monástica, y de la experiencia espiritual cristiana católica en general.
No es posible la espiritualidad cristiana que nos desvincule de lo humano, que no sea encarnada, que nos separe o aparte del mundo y de nosotros mismos. Una espiritualidad que nos enajene y aísle de la realidad y de la vida, que nos coarte emociones y sentimientos, que nos imponga o categorice caminos, que nos condicione mediante liturgias rituales y obediencia a normas, que nos haga dependientes de intermediarios divinos con legitimación oficial, que nos ponga al servicio de grupos e instituciones cuyo objetivo primordial es su subsistencia (conservando poder y manteniendo patrimonios ). Se trataría de una espiritualidad mítica, no mística. Y,desde luego, no es la espiritualidad del Jesús histórico, del Cristo de nuestra fe.
De corazón a corazón, un abrazo.
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