La publicación de una nueva versión completa de El signo de
Jonás debe ser acogida con gran alegría. Desde hace muchos
años esta obra era difícil de encontrar, y sólo unos pocos disponían
del privilegio de hacerse con una copia del original. Y
llegada la hora de la confesión, he de decir que son muchos los
ejemplares distribuidos mano a mano a amigos y conocidos.
Poco a poco vamos acercándonos a la esencia del mensaje
mertoniano y podemos establecer mejor los contornos de la
personalidad de un autor que se hace cada vez más actual.
¿Por qué ha de ser actual el diario monástico de un monje
que relata su vida en el interior de un monasterio en un periodo
que va desde diciembre de 1946 hasta julio de 1952?
En este libro introduce Merton una nueva dimensión en la
literatura espiritual autobiográfica: la fusión del discurso religioso
o metafórico con un lenguaje experiencial, psicológico,
en una visión simbólica holística que demuestra cuán lejos
se hallan todos los patrones o sistemas de la singularidad misteriosa
de la persona. Página tras página el lector encontrará
una luz, y no teorías, que se proyecta sobre la batalla del crecimiento
desde el sentido pequeño y egoísta del ser hasta la
auténtica personalidad, no como la simple fidelidad a un modelo
abstracto o concepto religioso preconcebido del propio ser,
sino como un intento no prefijado de fidelidad a la vida concreta,
individual e histórica, tanto en sentido personal como
comunitario.
La expresión teórica y vivencial de la experiencia contemporánea
de la personalidad como particularidad tangible goza
de un sentido de modernidad plenamente actual en su carácter
histórico, evolutivo y proteiforme.
Al seguir el camino de Merton en el interior de un monasterio
(en su dimensión más profunda), uno se siente conducido
desde la idea del descubrimiento del yo oculto, prefigurado por
Dios, hacia el planteamiento del ser como una creación continua
y correspondiente, o recreación del sí mismo, a través del
cambio de los contextos personales e históricos.
El mismo título que el autor dio a su libro significa, creemos
nosotros, un cambio con respecto a otros escritos de su primera
época monástica (antes de concluir El signo de Jonás en
1952, Merton había publicado La montaña de los siete círculos,
algunos libros de poemas, ¿Qué es la contemplación?, Semillas
de contemplación, Las aguas de Siloé y otros libros de temas
monásticos). Así pues, parece que a partir de esa fecha, 1952,
se produce también un cambio de contexto teológico, a medida
que evoluciona desde la dicotomía de lo natural/sobrenatural
de sus primeros escritos, hasta alcanzar la sabia intuición
de que el verdadero equilibrio personal no se logra sino a través
de la depuración en el crisol de la noche oscura –o experiencia
de la angustia existencial o temor monástico–, por
medio de una dura lucha espiritual. Esta pugna exige como
condición previa una sana autonomía psicológica que, a su vez,
es también requisito imprescindible para la entrega definitiva a
Dios y a los demás.
En este libro comienza Merton a intuir y exponer algo que
le seguirá durante toda la vida: el problema del yo nunca estará
completamente resuelto para quien permanece vivo, abierto
a la experiencia, y dando testimonio escrito de esta experiencia.
La calidad de su trabajo es tan radicalmente temporal, que convierte
en imposible la siempre tentadora simplificación de considerar
que una sola identidad o un solo texto pueden englobar
el sentido de su vida, o sugerir el más mínimo carácter de
«completo» o «acabado» en su pensamiento acerca de la esencia
del yo.
Es precisamente esta conciencia de ser inacabado y consciente
de la experiencia histórica del propio yo –única, irrepetible
y siempre cambiante, manifiesta en sus escritos– lo que
confiere a Merton el citado carácter de actualidad y lo convierte
en un clásico de la historia religiosa contemporánea. En este
libro, por primera vez en la historia de las autobiografías o diarios
de monjes, penetra Merton el sentido profundo del lenguaje
religioso, el símbolo central del yo en el cambiante
entorno de la búsqueda religiosa de nuestro tiempo, por lo que
su atípica vida de monje y escritor del siglo XX descubre una
nota de universalidad.
En el universo espiritual y simbólico de Merton se dan tanto
la continuidad como el cambio. La continuidad puede ser
apreciada en su íntima inmersión tanto en los escritos de los
Padres de la Iglesia y de los padres monásticos, como en la tradición
mística de su propia formación cristiana y en sus sucesivas
reinterpretaciones de los grandes temas de estos clásicos a
la luz de su propia experiencia cambiante. Así, en sus escritos
más tempranos –por ejemplo en Semillas de Contemplación– es
su dramática conversión al cristianismo la lente a través de la
cual mira la vida cristiana y su recién aceptado objetivo monástico:
la realización de la experiencia del encuentro con Dios y, a
través de éste, el encuentro consigo mismo. El yo falso y el yo
verdadero son los símbolos apropiados para expresar su experiencia
en esos momentos iniciales, en perfecta correspondencia
con el duro contraste que él expresa entre el mundo y el
monasterio, entre la ciudad profana y violenta y la sagrada
comunidad campestre. (Cont.....)
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