Segunda parte:Es un hecho que la oración occidental no es suficientemente visceral, que está más preocupada con el cerebro que con las capas más profundas del cuerpo, que es donde se general el poder para acercarse a lo espiritual. Pero ahora podemos estudiar los aspectos físicos de la meditación incluso científicamente, gracias a los experimentos realizados en lugares como la Universidad Budista Komazawa. Ahí tienen instrumentos para detectar las condiciones físicas de las personas dedicadas al Zen. Los estudiantes miden la respiración, el ritmo cardíaco, los movimientos oculares, el metabolismo, el equilibrio, las ondas cerebrales, y todos los demás aspectos. En los Estados Unidos están siendo llevados a cabo experimentos similares, y eventualmente estos estudios pueden generar algunas sugerencias acerca de las condiciones ideales para la meditación en relación con la dieta, postura corporal, entorno físico, etc. Sobra decir que estos estudios se vuelven un poco ridículos cuando uno se encuentra con personas con pequeños artefactos para medir la onda alfa. Pero los absurdos se encuentran en todas partes y no pueden ser impedidos. Además, estos estudios científicos no deben conducir al burdo materialismo. Una vez, mientras visitaba la Universidad Komazawa, pregunté al profesor encargado si él podía apreciar la profundidad del Zen de la gente. “No, no podemos medir el Zen -respondió porque la mente es un misterio. Todo lo que podemos medir son sus repercusiones físicas”. Me interesó oírle hacer esa distinción. Aquí yo podría agregar entre paréntesis que el Zen no pretende ese minucioso control del cuerpo que ha hecho tan famoso al Yoga. En general, el Zen rechaza de plano cualquier cosa que huela a mágico o extraordinario. Desprecian estos fenómenos y los miran como distracciones peligrosas en la senda de la experiencia sin imágenes que es el satori. Los fenómenos extraños se engloban en el nombre genérico de makyo, que literalmente significa “el mundo del demonio”, pero que se aplica a todas las formas de ilusión en el Zen. A este respecto, es bastante saludable y está liberado de los abusos encontrados en otras formas de misticismo. La doctrina de rechazo a los fenómenos extraños es muy similar a la de San Juan de la Cruz. Nuevamente es la “nada, nada, nada”. Uno no debe ser distraído de la meta por fenómenos físicos o espirituales de cualquier tipo.Volviendo al cristianismo, encontramos que la tradición en occidente dice más acerca del cuerpo de lo que es generalmente reconocido hoy en día. Solía ser axiomático - y en mi opinión aún lo es - que si ustedes querían llevar una vida de meditación debían controlar sus ojos, oídos, lengua, manos y manera de caminar. A todo esto se le solía dar el nombre general de modestia, una virtud de la cual no se oye hablar mucho hoy. Se le da mucha importancia en el Zen, aunque se describe en forma diferente. Se puede agregar, sin embargo, que la tradición cristiana dice que la meditación transforma el cuerpo haciéndolo hermoso. Esto se debe a que la gloria interna proveniente de la oración contemplativa no puede sino traspasar y penetrar el cuerpo.Uno se acuerda de Moisés descendiendo de la montaña. Tan luminoso y glorioso era el regocijo que inundaba su semblante, que quienes lo esperaban no pudieron mirarlo y le rogaron que usara un velo, porque la real gloria de Dios irradiaba de la faz del gran israelita.Probablemente la mayoría de nosotros, una que otra vez, hemos encontrado personas que participaban de esa belleza corporal transfigurada. Para las exigencias televisivas pueden ser más bien feos - ningún auspiciador soñaría con usar sus caras para vender pasta de dientes o jabón - pero la gloria de la oración penetra sus cuerpos como penetró el cuerpo de Moisés. También supongo que este es el tipo de belleza a la que curas y monjas deberían aspirar, ahora que la cambiante cultura los hace modificar su forma exterior de vida y vestuario. Podría ser una buena idea el que, en vez de mirar hacia París y Londres, miráramos hacia Moisés y el Exodo en busca de un ideal de belleza que podría ayudar al hombre moderno en su búsqueda de la verdad.Como sea, mientras la tradición cristiana ha confirmado la belleza conferida al cuerpo a través de la meditación, ha sido más bien lenta en el uso del cuerpo como forma de lograr el samadhi. De nuevo podemos aquí aprender del oriente; y para ilustrar el rol del cuerpo me gustaría referirme a un pasaje del Bhagavad Gita. Este clásico texto no es, por supuesto, ni Zen ni Budista, aunque parece tener una considerable influencia Budista. Pero me atrae mucho. Estoy muy estimulado a usarlo luego de la lectura de un libro del Profesor R.C. Zaehner, quien insiste en que cualquiera que intente establecer un puente sobre la brecha entre Zen y Cristianismo no puede permitirse ignorar el Gita, que es uno de los grandes eslabones entre el oriente y el occidente.
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