1- ¡Bendito y alabado seas por siempre, mi Señor! Yo quisiera ser consciente cada mañana de tu cercanía para conmigo, de tu amor para conmigo; yo quiero redescubrir el valor de tu amistad, y para eso necesito “caer en la cuenta” de la verdad de las criaturas y del mundo, salidos de tus manos, de tu voluntad de amor. Esta mañana comencé a utilizar las reflexiones basadas en la espiritualidad sanjuanista, y siempre que lo hago mi ser interior se rebela ante lo que entiendo como una mirada negativa en extremo de la realidad que nos rodea: criaturas, relaciones, mundo. No obstante, Señor, en esas palabras nacidas de una experiencia y una búsqueda, están las llaves de la luz que estoy necesitando en este momento de mi vida. En este día quiero pensar en lo que tú eres y en lo que yo soy; quiero alabarte por todo lo que has hecho en mi vida y pedir perdón por lo que hice yo. Quiero aceptar con paz y confianza que todo es pasajero y efímero; todo menos Tú. Y que todo lo que acontece en mi vida encuentra su último sentido en ti, porque, recuerdo que, “Todas mis fuentes están ti”. AMEN.
2-Dios mío, perdona mi falta de voluntad para cumplir los propósitos que hago y que realmente deseo vivir; Tú que eres paciente y fiel conquista mi corazón con amor, y no dejes que mi infidelidad frustre tus proyectos para conmigo. AMEN.
3-Cuando necesitamos el perdón de Dios (y el nuestro propio) la Palabra de Dios adquiere una resonancia especial en la oración de la mañana. “Alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia ti, Señor”. (Salmo 85). Soy un pobre; espiritualmente pobre y necesitado; el vacío interior hace nacer el temor, como el de quien se asoma a un abismo. “Ten misericordia de nosotros, Señor, y recuerda tu santa alianza”. Una alianza que olvido yo constantemente. Pero Tú eres Dios: “No hay un solo momento en que Dios deje de reinar, ni puede empezar lo que siempre ha sido y nunca dejará de ser” (San Cipriano). La debilidad es una fuerza divina: esa es mi fe, la que me sostiene, y sostiene mi esperanza.
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