“Escribir un diario fue la manera que tuvo Merton de realizar la “obra del corazón” de un poeta, el “trabajo interior” de un sabio, el “trabajo de la celda” de un monje. Escribir un diario fue el canal congénito a través del cual se encarnaron y adquirieron vida propia las innumerables respuestas interiores que su espíritu ofrecía al mundo. Una vez consignadas por escrito en un papel, sus palabras formaron frases dotadas de una verdad propia.
Al escribir sus diarios Merton era consciente de practicar una disciplina espiritual: el hecho de tener que poner por escrito sus vivencias le mantenía “despierto” hasta que una determinada pauta experimental desembocaba en fugaces epifanías –“destellos de verdad, pequeños y recurrentes fogonazos de una realidad que está fuera de toda duda y se materializa de forma instantánea”- que lo empujaba más lejos en “la dirección que se le había mostrado y hacia la cual se sentía llamado” (3 de marzo de 1966).
La escritura fue la religión que comprometió a Merton con su Dios. Podría decirse que Merton alumbró a Dios en sí mismo al escribir sobre la necesidad que él mismo sentía de que Dios naciese en él”.
¿Qué efecto tiene en los lectores la obra escrita de Thomas Merton? Esta es la respuesta que dan los autores de este artículo que citamos:
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“Los diarios de Merton animan a sus lectores a escribir en el Libro de la Vida, con la misma abundancia con que lo hizo él, reconociendo sus propios corazones tal como realmente son. Merton sabía que sus dilemas personales eran universales. Él sabía que también sus lectores anhelaban vivir sus propias vidas como “un libro en el que pudiera caber todo” para que Dios y todo el mundo lo leyera, a no ser que sus propios corazones exhibieran una muestra vergonzosa y temible de sus infinitas posibilidades.
Al escribir sus diarios Merton aprendió que en el Banquete de la Vida él comía el mismo alimento que todos los demás seres humanos. Aprendió que, como cualquier otro, también él necesitaba ocupar un lugar en torno a la mesa y recibir el sacramente de los momentos particulares de su vida”.
En fin, al lector de sus diarios, Merton se le revela en toda su humanidad y precariedad, y es por eso que la figura del monje trapense se nos hace aun más cercana y podemos identificarnos con ella.
(continuará…)
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