Ser un monje tan bueno como me sea posible y continuar siendo yo mismo y escribir sobre todo eso. Poner por escrito todo lo referente a mi vida, en semejante situación, con la mayor simplicidad e integridad, sin enmascarar cosa alguna, sin confundir las cuestiones: esta tarea es muy dura porque yo estoy envuelto en ilusiones y apegos. También estas cosas tienen que quedar reflejadas en mis escritos. Pero sin exageración, ni repetición, ni énfasis inútil. No necesito golpearme el pecho ni lamentarme ante los ojos de nadie que no seas Tú, oh Dios, que ves las profundidades de mi fatuidad. Ser sincero sin resultar pesado. Es una especie de crucifixión. Sin duda no muy dramática o penosa. Pero esto requiere tanta sinceridad que supera mi naturaleza. De un modo u otro tiene que venirnos del Espíritu Santo.
Uno de los resultados de todo esto podría ser una transparencia completa y santa: viviendo, orando y escribiendo a la luz del Espíritu Santo, perdiéndome a mí mismo enteramente al convertirme en propiedad pública de la misma manera que Jesús es propiedad pública en la misa. Este es probablemente un aspecto importante de mi sacerdocio, mi vivencia de mi propia misa: llegar a ser tan natural como una hostia en las manos de todo el mundo. Tal vez éste vaya a ser, después de todo, mi personal camino de soledad. Un camino que, pese a ser de los más extraños imaginados hasta ahora, es el escogido por la Palabra de Dios.
Y sin embargo, después de todo, esto sólo me enseña que nada vital acerca de mí mismo puede llegar nunca a ser propiedad pública".
(Thomas Merton, DIARIOS; 1 de septiembre de 1949).
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