“La Cuaresma nos ha invitado a cambiar nuestros corazones, a realizar en nosotros la metánoia cristiana. Pero, al mismo tiempo, la Cuaresma nos ha recordado con demasiada claridad, nuestra impotencia para cambiar nuestras vidas de ningún modo. La Cuaresma, en el año litúrgico, desempeña el papel de la Ley, el pedagogo, que nos convence del pecado y nos inflige la abrumadora evidencia de nuestra propia nada. Por eso nos intranquiliza y nos impresiona, despertando en nosotros quizá alguna sensación de ese “temor” existencial de la criatura cuya libertad la suspende sobre un abismo que puede ser una infinita falta de sentido, una desesperación sin límites. Ese es el fruto de esa ley que juzga nuestra libertad junto con su impotencia para imponer pleno significado sobre nuestras vidas meramente por adaptarse a un código moral. ¿No hay nada más que eso?”. (Thomas Merton, TC).
“Las dos últimas semanas antes de Pascua se centran en la Pasión de Jesús. Son tres los motivos que llevan a la Iglesia a invitarnos a observar el sufrimiento de Jesús.
El primer motivo radica en que las personas prefieren huir del sufrimiento. Pero, necesariamente, la condición humana implica el sufrimiento de su existencia finita, de sus límites y de sus debilidades, de su mortalidad. Muchos no quieren aceptar que son finitos. Se comportan como Dios. Allí estriba el pecado original, en querer ser como Dios, todopoderoso, autosuficiente, infalible. De este pecado original provienen todas las desgracias. Durante el tiempo de Pasión, la Iglesia pone ante nuestros ojos al Dios sufriente para que abandonemos nuestro delirio de grandeza de querer ser como Dios. En el tiempo de Pasión, observamos el sufrimiento de Jesús con la finalidad de reconciliarnos con el hecho de ser finitos y débiles, de estar enemistados con los demás y amenazados con que nuestra vida desemboque en muerte”. (Anselm Grün).
“Jesús, el Hijo Amado de Dios, es perseguido. Este mundo no le da la bienvenida a Él, que es pobre, manso, que llora, que tiene hambre y sed de justicia, que es misericordioso, puro de corazón y pacificador. El Bienaventurado de Dios es una amenaza al orden establecido y una fuente de constante irritación para aquellos que se consideran los amos de este mundo. Sin acusar a nadie, es considerado un acusador, sin condenar a nadie hace que ciertas personas se sientan culpables y avergonzadas, sin juzgar a nadie quienes lo ven se sienten juzgados. No pueden tolerarlo y debe ser destruido, porque dejar que siga existiendo les parece como confesar la propia culpa. Cuando trabajamos y luchamos para llegar a ser como Jesús, no podemos esperar que se nos admire. Debemos estar preparados para que se nos rechace. (Henri Nouwen).
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