¿Cómo puedo siquiera atreverme a concebir tal pensamiento? ¿No es una locura? Ciertamente es una locura si creo saber lo que son realmente la santidad y la perfección de Dios en sí mismas y pienso que de algún modo yo puedo imitarlas. Tengo que empezar, pues, por comprender que la santidad de Dios es, para mí y para todos los seres humanos, algo que está más allá de la más elevada idea de cualquier género de perfección, más allá de cualquier enunciado humano pertinente.
Para ser “santo”, pues, tengo que ser algo que no comprendo, algo misterioso y escondido, algo que parece contradecirse; pues Dios, en Cristo, “se vació”. Se hizo hombre y habitó entre pecadores. Fue considerado un pecador. Fue condenado a muerte como un blasfemo, como uno que, al menos implícitamente, había negado a Dios y se había rebelado contra la santidad de Dios. DE hecho, la principal cuestión en el proceso y condena de Cristo fue precisamente la negación de Dios y de su Santidad. Así pues.
, Dios mismo fue condenado a morir en la cruz porque no estuvo a la altura del concepto que el hombre tenía de Su santidad… No era suficientemente santo, no era santo de la manera apropiada, no era santo del modo en que se esperaba. Por consiguiente, no era Dios en absoluto. Y, de hecho, fue abandonado y olvidado incluso por Sí mismo. Era como si el Padre hubiera negado al Hijo, como si el poder y la misericordia divinos hubieran fracasado estrepitosamente.
Al morir en la cruz, Cristo manifestó la santidad de Dios en aparente contradicción consigo misma. Pero en realidad esta manifestación fue la negación y el rechazo completo de todas las ideas humanas de santidad y perfección. La Sabiduría de Dios se hizo locura para los hombres, Su poder se manifestó como debilidad, y Su santidad se hizo, según ellos, profana. Pero la escritura dice que “lo que es grande a los ojos de los hombres es una abominación a los ojos de Dios”, y en otro lugar dice Dios: “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos”.
Así pues, si queremos buscar alguna manera de ser santos, tenemos que renunciar, ante todo, a nuestro modo de ser y a nuestra sabiduría. Tenemos que “vaciarnos”como hizo Él. Tenemos que “negarnos a nosotros” y, en cierto sentido, reducirnos a “nada”, a fin de poder vivir, no ya en nosotros, sino en Él. Tenemos que vivir por un poder y una luz que es como si no existieran. Tenemos que vivir gracias a la fuerza de un aparente vacío que está siempre realmente vacío y, sin embargo, nunca deja de socorrernos en todo momento. Esto es santidad.
No puedo lograr nada de esto mediante ningún esfuerzo personal, gracias a mis afanes o a la competición con otros seres humanos. Tengo que abandonar todos los caminos que los hombres pueden seguir o comprender. Yo que estoy sin amor, no podré llegar a ser amor si el Amor no me identifica consigo mismo. Pero si Él envía Su propio Amor, a Sí mismo, para actuar y amar en mí y en todo cuanto yo hago, entonces seré transformado, descubriré quién soy y poseeré mi verdadera identidad perdiéndome en Él. Esto es lo que se llama santidad. (“Nuevas Semillas de Contemplación”.)
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