“Después de haber cruzado la línea divisoria, y mientras descendíamos por los verdes valles hacia el mar Caribe, divisé la amarilla basílica de Nuestra Señora del Cobre, irguiéndose por encima de los tejados de zinc del pueblo minero situado al fondo de un profundo y verde valle rodeado de riscos defendida por peñascales y empinadas pendientes cubiertas de matorrales.
¡Ahí estás, Caridad del Cobre! Es a ti a quien he venido a ver. Tú le pedirás a Cristo que haga de mí su sacerdote, y yo te daré mi corazón, Señora. Y si me alcanzas ese don del sacerdocio, yo te recordaré en mi primera Misa, de modo que ésta será en tu honor y ofrecida a través de tus manos, en agradecimiento a la Santísima Trinidad, que se ha servido de tu amor para concederme tan inmensa gracia”.
Hago mía la suplica de Merton a la Virgen:
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