(San Juan de la Cruz, Llama 3, 48)
“Ningún místico ha podido asegurar al mundo más allá de toda duda que ha visto la Realidad última cara a cara, no importa cuán persuasivo sea el símbolo o la imagen literaria bajo la cual haya logrado objetivar su experiencia. Pero los informes que nos han ido ofreciendo los contemplativos extáticos a través de los siglos y de las culturas más diversas han sido dados, como recuerda Evelyn Underhill, con una extraña nota de certeza y de buena fe, y de alguna manera nos convencen que han alcanzado unos niveles de conciencia excepcionales, en los cuales han experimentado la transformación jubilosa en lo que los filósofos llaman el Absoluto y los espirituales Dios.
Aun a pesar de que la experiencia es insondable para la razón humana y trascendente para las capacidades expresivas del lenguaje, los místicos nos aseguran gozosamente una y otra vez que han participado de manera directa del Amor abismal que articula el sentido trascendente del universo: el objeto último del anhelo del hombre, lo único que puede satisfacer su instinto por el Todo, su pasión por la Verdad. La certeza de la unidad armonizante que subyace a la multiplicidad de lo creado no es, sin embargo, susceptible de verificación científica o racional. Para colmo, el místico que logra establecer esta relación consciente con el Absoluto se encuentra ante otro escollo comunicativo insalvable: sabe que la trascendencia lo sobrepasa y a la vez lo incluye, que el contemplador se convierte en lo Contemplado y participa, sorprendentemente, de su Esencia infinita. Oh quanto e corto il dire, gemía Dante en el cantoXXXIII de su “Paraíso”, aceptando que le era imposible decir algo de aquel Amor que movía el sol y las demás estrellas. Y opta por terminar apresuradamente su Commedia, para quedar a solas con la experiencia abismal. El súbito silencio en el que se ensimisma el poeta florentino es elocuente: la soledad del místico es, como decía, conmovida, María Zambrano, “una soledad sin compañía posible, una soledad sin poros, una soledad incomunicable, que hace que la vida sepa a ceniza”.
Muchos extáticos auténticos han acometido, sin embargo, la empresa imposible de intentar darnos alguna noticia del trance inenarrable que les ha sobrevenido. Sometidos ab initio a la angustia de saber que no les será posible jamás dar cuenta de lo que de veras les ha acontecido, porque es de suyo ininteligible y por lo tanto incomunicable, entreveran su literatura de referencias enigmáticas como el Todo y la Nada, la inmensidad y el vacío, la oscuridad total o la luz increada; o acuden a imágenes paradójicas como el rayo de tiniebla, el mediodía oscuro o la música callada. Lo único que estos espirituales extáticos logran compartir con el lector es su propio sentido de aturdimiento y su asombro irremediable.
Pocos místicos, sin embargo, nos dejan tan nostálgicos como San Juan de la Cruz”.
“Asedios a lo indecible. San Juan de la Cruz canta al éxtasis transformante”
Luce López-Baralt.
Editorial Trotta.
1 comentario:
Escribe Victoria Camps, en su libro "hablemos de Dios":
"Vivimos en una época que ha sido denominada por los filósofos «posmoderna». Así, nos encontramos en unos tiempos que se caracterizan por poner en duda todo lo que antes fueron certezas. Nuestra época es la era del vacío, del crepúsculo de las ideologías; se acabaron los llamados «grandes relatos», las utopías y los proyectos políticos y sociales sólidos.
Las leyes cambian con una cierta facilidad, mientras que las costumbres se mantienen incólumes y retrógradas sin que ni siquiera percibamos que es así.
Tengo la impresión de que lo que hoy se pretende con la religión es llenar un vacío que no queda colmado sólo por la respuesta escatológica. Pienso que se busca «la experiencia religiosa».
Schleiermacher se refiere a la religión como un doble sentimiento: un sentimiento de «dependencia absoluta» y de «gusto del infinito». Pero en las sociedades que tienen unos derechos reconocidos, que gozan de unos índices de bienestar bastante satisfactorios y que tienen mecanismos para reivindicar las necesidades más básicas, ¿qué falta hace la religión?, ¿por qué existe esa necesidad de dependencia absoluta o de gusto por lo infinito?.
La necesidad de dependencia puede tener una explicación: vivimos en una "sociedad de riesgo", tenemos conciencia de ello y lo toleramos muy mal, queremos sentirnos seguro y a salvo. Esa seguridad la proporcionan, sin duda, la fe en Dios y la dependencia absoluta de él. Desde esta perspectiva, cualquier cosa que ocurra, por inexplicable o injusta que parezca, tendrá alguna razón de ser, por mucho que a nosotros se nos escape. O será compensada en el más allá.
El gusto por lo infinito tiene que ver con el encuentro de la dimensión espiritual de la existencia, o mejor sería decir de la dimensión mística. Lo espiritual denota una realidad que requiere ser expresada, y la religión consigue darle formas de expresión. Aunque también hay que denunciar que numerosas formas de expresión y manifestaciones religiosas causan irritación a la inteligencia, son alienantes de lo humano.
En cualquier caso, una cosa es lo que hace que pervivan las religiones y otra, a veces muy otra, lo que mantiene funcionando a las Iglesias"
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