La visión
Mucho de lo que ha ocurrido desde mi llegada a Daybreak está escrito en mis diarios y libros de notas, pero, tal y como está, muy poco puede compartirse con los demás. Las palabras son demasiado crudas, demasiado ruidosas, demasiado , demasiado desnudas. Pero ahora ha llegado el momento en el que es posible mirar hacia atrás, mirar aquellos años de alboroto y describir, con más objetividad que antes, el lugar al que me ha trasladado toda esta lucha. Todavía no soy lo suficientemente libre como para dejarme abandonar completamente en el abrazo seguro del Padre. En muchos sentidos, sigo caminando hacia su significado profundo. Todavía soy como el hijo pródigo: viajo, preparo discursos, predigo cómo será todo cuando finalmente llegue a la casa de mi Padre. Pero estoy en el camino a casa. He dejado el país lejano y siento el amor más cerca. Ahora estoy preparado para contar mi historia. En ella se podrá encontrar algo de esperanza, de luz y de consuelo. Mucho de cuanto he vivido durante estos últimos años formará parte de esta historia, no como expresión de confusión o de desesperación, sino como etapas en mi camino hacia la luz.
El cuadro de Rembrandt ha estado muy cerca de mí durante todo este tiempo. Lo he cambiado de sitio innumerables veces: del despacho a la capilla, de la capilla a la sala de estar de Dayspring (la casa de oración de Daybreak) y de la sala de estar de Dayspring otra vez a la capilla. He hablado sobre él miles de veces dentro y fuera de la comunidad de Daybreak: a los enfermos mentales y a los que les atienden, a ministros y a sacerdotes, y a hombres y mujeres de toda condición.
Durante años traté de ver a Dios en la diversidad de experiencias humanas: soledad y amor, pena y alegría, resentimiento y gratitud, guerra y paz. Intenté comprender los altibajos del alma humana, para poder percibir el hambre y la sed que sólo un Dios cuyo nombre es Amor podía satisfacer. Traté de descubrir lo duradero más allá de lo pasajero, lo eterno más allá de lo temporal, el amor perfecto más allá de los miedos que nos paralizan, y la consolación divina más allá de la desolación provocada por la angustia y la desesperación humanas. Procuré proyectarme más allá de la calidad mortal de nuestra existencia hacia una presencia más duradera, más profunda, más abierta y más maravillosa de lo que podemos imaginar, e intentaba hablar de esa presencia como una presencia que ya desde ahora puede ser vista, oída y palpada por aquéllos que quieren creer.
Sin embargo, en el tiempo pasado aquí, en Daybreak, he sido conducido a un lugar más interior, un lugar en el que no había estado antes. Es un lugar dentro de mí donde Dios ha elegido hospedarse. Es un lugar donde me siento a salvo en el abrazo de un Dios todo amor que me llama por mi nombre y me dice: Es el lugar donde saboreo la alegría y la paz que no existen en este mundo.
Este lugar siempre ha estado allí. Yo siempre supe que era la fuente de gracia. Sin embargo, no haía sido capaz de entrar y vivir allí de verdad. Jesús dice: (Jn 14,23) Estas palabras siempre me han impresionado muy profundamente. ¡Soy la casa de Dios!
Pero me había resultado muy duro experimentar la verdad que encierran. Sí, Dios hace su morada en lo más íntimo de mi ser, pero ¿cómo podía aceptar la llamada de Jesús: (Jn 15,4)? La invitación es muy clara. Hacer mi morada donde Dios ha hecho la suya, éste es el enorme reto espiritual. Parecía una tarea imposille.
Con mis pensamientos, sentimientos, emociones y pasiones, estaba constantemente fuera del lugar que Dios había elegido para hacer su morada. Llegar a casa y permanecer allí donde Dios habita, escuchar la voz de la verdad y del amor, era lo que más miedo me daba porque sabía que Dios era un amante celoso que lo quería todo de mí en todo momento. ¿Cuándo estaría preparado para aceptar esa clase de amor?
Dios mismo me mostraría el camino. Las crisis físicas y emocionales interrumpieron la vida tan atareada que llevaba en Daybreak y me obligaron a volver a casa y a buscar a Dios en el único lugar donde podía buscarlo: en mi propio santuario interior. No puedo decir que lo haya conseguido; nunca lo haré en esta vida, porque el camino hasta Dios llega mucho más allá de las fronteras de la muerte. Es un viaje largo y muy exigente, pero está lleno de sorpresas maravillosas y a menudo nos proporciona la satisfacción del objetivo cumplido.
La primera vez que vi el cuadro de Rembrandt no estaba tan familiarizado con la morada de Dios dentro de mí como lo estoy ahora. Sin embargo, mi reacción profunda al abrazo del padre a su hijo me hizo ver que estaba buscando desesperadamente ese lugar interior donde yo también pudiera ser abrazado como el joven del cuadro. Al mismo tiempo, no podía prever lo que iba a suponer el acercarme más y más a ese lugar. Estoy muy agradecido por no haber sabido de antemano lo que Dios me tenía preparado. Y también agradezco el nuevo lugar que se me ha abierto a través de todo el sufrimiento interior. Ahora tengo una vocación nueva. Es la vocación de hablar y escribir desde ese lugar profundo hacia las otras dimensiones de mí mismo y de dirigirme a las vidas llenas de inquietud de otras personas. Tengo que arrodillarme ante el Padre, apoyar mi oído en su pecho y escuchar sin interrupción los latidos de su corazón. Entonces, y sólo entonces, puedo decir con sumo cuidado y muy amablemente lo que oigo. Ahora sé que debo hablar desde la eternidad al tiempo real, desde la alegría duradera a las realidades pasajeras de nuestra corta existencia en este mundo, desde la morada del amor a las moradas del miedo, desde la casa de Dios a las casas de los seres humanos. Soy plenamente consciente de la grandeza de esta vocación. Más aún, estoy totalmente seguro de que éste es el único camino para mí. Podría llamársele visión : mirar a la gente y a este mundo con los ojos de Dios.
¿Es ésta una posibilidad real para un ser humano? Más importante aún: ¿es ésta una opción verdadera para mí? No se trata de una cuestión intelectual. Es una cuestión de vocación. Estoy llamado a entrar en mi propio santuario interior donde Dios ha elegido hacer su morada. La única forma de llegar a ese lugar es rezando, rezando constantemente. El dolor y las luchas pueden aclarar el camino, pero estoy seguro de que es únicamente la oración continua la que me permite entrar allí.
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