Para intercambiar comentarios sobre Thomas Merton y otros maestros contemporaneos del espíritu.
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miércoles, 2 de enero de 2013
SANTIDAD
Ser parte de todo...
-Thomas Merton-
Santidad es descubrir quién soy...
“Es cierto decir que para mí la santidad consiste en ser yo mismo y para ti la santidad consiste en ser tú mismo y que, en último término, tu santidad nunca será la mía, y la mía nunca será la tuya, salvo en el comunismo de la caridad y la gracia. Para mí ser santo significa ser yo mismo. Por lo tanto el problema de la santidad y la salvación es en realidad el problema de descubrir quién soy yo y de encontrar mi yo verdadero… Dios nos deja en libertad de ser lo que nos parezca. Podemos ser nosotros mismos o no, según nos plazca. Pero el problema es este: puesto que Dios solo posee el secreto de mi identidad, únicamente él puede hacerme quien soy o, mejor, únicamente Él puede hacerme quien yo querré ser cuando por fin empiece plenamente a ser. Las semillas plantadas en mi libertad en cada momento, por la voluntad de Dios son las semillas de mi propia identidad, mi propia realidad, mi propia felicidad, mi propia santidad” (Semillas de contemplación).
LA DANZA GENERAL.
Thomas Merton.
ORACIÓN DE CONFIANZA...
“Señor Dios mío, no tengo idea de hacia dónde voy. No conozco el camino que hay ante mí. No tengo seguridad de dónde termina. No me conozco realmente, y el hecho de que piense que cumplo tu voluntad, no significa que realmente lo haga. Pero creo que el deseo de agradarte te agrada realmente. Y espero tener este deseo en todo lo que estoy haciendo. Espero no hacer nunca nada aparte de tal deseo. Y sé que si hago esto, tú me llevarás por el camino recto, aunque yo no lo conozca. Por lo tanto, siempre confiaré en ti aunque parezca perdido y a la sombra de la muerte. No temeré, pues tú estás siempre conmigo y no me dejarás que haga frente solo a mis peligros
Para intercambiar comentarios sobre Thomas Merton y otros maestros contemporaneos del espíritu.
3 comentarios:
Respecto a la santidad, creo que todos somos santos, somos semilla de Dios, carne espiritual habitada. Además pienso que al Dios revelado en Jesús poco le condicionan nuestras santidades, y menos aún las elevadas a los altares oficiales.
En cuanto a la entrada del "ministerio creativo", en el blog de Nouwen, mi opinión es la de todos aquellos que opinan que en el pueblo que sigue a Cristo, en la comunidad de discípulos están de más los ministerios "ordenados". El servicio y la utilidad a los demás, a los que sufren, no requiere de categorías y titulaciones oficiales, que sólo generan estructuras de poder y veneración.
Comparto este artículo de José M. castillo:
Los autores del N. T. evitaron cuidadosamente utilizar el término "sacerdote" para designar a los ministros o responsables de las comunidades cristianas. Y es importante recordar que esta actitud se mantuvo hasta el siglo III. Como es lógico, si en la Iglesia de los dos primeros siglos se cuidó evitar esta designación, por algo sería, es decir, alguna razón tendrían aquellas comunidades para no utilizar jamás el título de "sacerdote" cuando se referían a los líderes de las comunidades. Esto da que pensar. Sobre todo, si tenemos en cuenta que, como no podía ser de otra manera, todos los grupos religiosos de la antigüedad tenían naturalmente una nomenclatura (consagrada y aceptada) para designar a sus cuadros de mando. Sin embargo -y por más sorprendente que pueda parecer-, las primeras comunidades de la Iglesia tomaron, para designar a los cargos en las comunidades, nombres tomados de las instituciones civiles.
La Iglesia naciente no toleró títulos "sagrados", sino nombres o calificativos "civiles" y, en ese sentido, "laicos". Nos guste o no nos guste, así fue. Y lo lógico es pensar que esto no pudo ser mera casualidad. Sin duda, esto tiene su lógica relación con el título mismo de "Iglesia", que es la versión a nuestra lengua del término griego "ekklesía", la palabra técnica que se utilizaba en Grecia para designar a la asamblea de ciudadanos libres, reunidos para tomar democráticamente sus decisiones.
Nada de esto impedía creer en Jesús el Señor. Y ser testigos de la fe. Es más, sin duda alguna, los primeros cristianos vieron que era así cómo tenían que denominarse y hacerse presentes en la sociedad del Imperio.
Precisando más: en la primera mitad del s. III, los ministros de las comunidades empezaron a utilizar los términos "orden" y "ordenación".
Ahora bien, estos términos remitían, ya entonces y sobre todo entonces, a las ideas de "honor", "dignidad" y "potestad". En efecto, el "ordo" y la "ordinatio" eran, en aquel tiempo, conceptos clave en la organización de la sociedad. Porque eran los términos clásicos para designar el nombramiento de los funcionarios imperiales, sobre todo del emperador. El "ordo" tenía, en el imperio romano, la significación de "clase social", de manera que existían tres "ordines": el orden de los senadores ("ordo senatorum") y el orden de los caballeros ("ordo equitum"), que se situaban claramente sobre la plebe o pueblo llano ("ordo plebeius") (Pauly-Wissowa, 18/1, 930-936).
Es claro que los ministros de las comunidades, en el s. III, se apropiaron el "orden" y la "ordenación", como títulos de dignidad y supremacía, para diferenciarse de la gente sencilla y, por tanto, de la comunidad. En buena medida, se puede decir que el derecho y la cultura del imperio fueron más determinantes que el Evangelio.
(Sigue)
Jesús había reprendido insistentemente a los discípulos y apóstoles por sus pretensiones de ser los más importantes, de situarse los primeros (Mc 10, 35-45 par; Mc 9, 33-37 par). El criterio de Jesús es que los primeros tenían que situarse como los últimos (Mt 20, 16; Mc 10, 31). En este sentido, la Iglesia tendría que ser la subversión del "orden" de este mundo. Pero el "clero", como "porción escogida", no quiso que fuera así.
Como es lógico, toda institución que pretenda perpetuarse ha de tener un mínimo de organización, una estructura. Pero eso se puede hacer de muchas maneras. Jesús no quiso, en el movimiento que el ponía en marcha, reproducir los modelos organizativos de los poderes de este mundo. Y, con claridad y firmeza, los primeros cristianos entendieron que la Iglesia no tiene por qué ser guiada por "hombres sagrados" o "consagrados". Pero el hecho es que en la Iglesia se trastornó el ideal utópico de Jesús. El ideal de quien está convencido de que todo el que sube, por eso mismo, divide; mientras que todo el que baja, por eso mismo, une. Ya el autor de la primera carta de Pedro se dio cuenta del peligro que acechaba, a las comunidades de la Iglesia, cuando, dirigiéndose "a los responsables de las comunidades", les dijo: "cuidad del rebaño de Dios que os han confiado, cuidando de él no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por sacar dinero, sino generosamente; no tiranizando a los que os han confiado, sino haciéndoos modelos del rebaño" (1 Pe 5, 1-3).
No cabe duda de que desde el N. T. hasta hoy, se ha producido un "desarrollo del dogma". Pero ¿podemos los cristianos admitir un “desarrollo" que resulta contradictorio con el Evangelio?
Merton, santo imperfecto: enséñanos con tu palabra y el testimonio de tu vida doliente a intentar el camino de ser frágiles pero alegres seguidores amigos de Jesús o sea, a ser santos. Que no nos desanime el desconcierto, que no se nos marchiten los asombros.
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