2- Ese destino no se descubre en un juego al escondite con la Divina Providencia. Nuestra vocación no es un enigma de la Esfinge que se haya de resolver por conjeturas bajo pena de perecer. En todo caso, nuestro destino es obra de dos voluntades, no de una sola. No es un hado inmutable, impuesto a nosotros sin elección nuestra por una divinidad sin corazón.
3- Es decir, la vocación no es una lotería sobrenatural, sino una interacción de dos voluntades, y por consiguiente, de dos amores. Es desesperado tratar de resolver el problema de la vocación fuera del contenido de la amistad y del amor. Providencia es más que una institución: es una Persona. Es nuestro Padre en el Cielo
4-Lo anterior significa que ese Padre nos ama más de lo que nos amamos nosotros mismos, como si nosotros fuéramos Él. Nos ama, además, con nuestra voluntad, con nuestras decisiones. ¿Cómo podremos entender el misterio de nuestra unión con Dios, que está más próximo a nosotros de lo que cada uno está a sí mismo? Su amor está actuando para sacar bienes de todas nuestras equivocaciones y para vencer nuestros pecados.
5- Al hacer planes sobre el curso de nuestra vida, hemos de recordar la importancia y la dignidad de nuestra libertad. El hombre que teme decidir su futuro por un acto bueno de su libre albedrío, no entiende el amor de Dios. Por la libertad es un don que Dios nos ha dado. La perfección del amor es proporcional a su libertad. Su libertad es proporcional a su pureza.
6- Obramos más libremente cuando obramos con pureza en correspondencia al amor de Dios. Pero el amor más puro a Dios no es servil, ni ciego, ni limitado por el temor. La Caridad pura es plenamente cauta del poder de su libertad, perfectamente confiada en el amor de Dios. El alma que ama a Dios se atreve a elegir libremente, sabiendo que su elección será aceptable para el amor.
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