La noche del alma comienza en el momento en que miramos alrededor y vemos que todas las cosas del cielo y de la tierra, a las cuales estamos tan firmemente apegados comparadas con Dios, nada son. Dice Jeremías: “Miré la tierra y estaba vacía, y ella nada era, y a los cielos, y vi que no tenían luz” Comprendemos en ese momento que nuestras aficiones a estas cosas son apegos a lo que es menos que nada. Son impedimentos para alcanzar a Dios, y transformarnos en él. Entendemos que nunca comprenderemos la verdad, mientras dependamos de nuestras propias luces, que nunca comprenderemos a Dios, mientras estemos apegados a sus criaturas. Toda la hermosura de las criaturas, comparada con la infinita hermosura de Dios, es fealdad. Y toda la gracia y elegancia de las criaturas, comparada con la gracia de Dios, es desabrida. Y toda la bondad de las criaturas del mundo, comparada con la infinita bondad de Dios, se puede llamar malicia. Sabemos que mientras estemos atrapados por los apegos a las criaturas, seremos incapaces de unirnos con Dios. Hasta que nos purifiquemos de estos apegos no estaremos en condiciones de poseer a Dios, ni en esta vida ni en la otra. Así comienza la noche del alma.
Esto es una gran verdad que nos legó Juan de la Cruz, pero también es cierto lo que acota Thomas Merton:
“No podemos hacernos santos huyendo de las cosas materiales. Poseer vida espiritual consiste en poseer una vida que sea espiritual en toda su plenitud; una vida en que los actos del cuerpo sean santos por el alma, y en que el alma sea santa por Dios que mora y actúa en ella… El santo no es santificado sólo por el ayuno cuando debe ayunar, sino también por la comida cuando debe comer. No es santificado sólo por las oraciones en la oscuridad de la noche, sino por el sueño tomado en obediencia a Dios, que nos hizo lo que somos. No sólo la soledad contribuye a la unión con Dios, sino también el amor a los amigos y parientes y a los que viven y obran junto a él”.
A fin de cuentas, dirá el santo carmelita:
“El que de los apetitos no se deja llevar, volará ligero según el espíritu, como el ave a que no falta pluma”.
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