Hoy es el quinto domingo de Cuaresma, y la liturgia es un canto de confianza al plan amoroso de Dios para con sus hijos. Es también una invitación a reconocer la novedad de Cristo en nuestra vida: “He aquí que yo lo hago todo nuevo”. Luego de este caminar a través del desierto cuaresmal puede vislumbrarse a lo lejos la tierra prometida, y el pueblo despierta de su sueño, porque se abre el ojo interior del Amor. Hemos comprendido que mediante la penitencia nos disponemos mejor al obrar de Dios, pero experimentamos también nuestra fragilidad, nuestra poca perseverancia y tendencia a buscar siempre lo fácil, lo cómodo, y a dejarnos envolver en los cantos de sirena del pecado. Entonces aparece una vez la promesa: “No recuerden lo de antaño, no piensen en lo antiguo; miren, yo realizo algo nuevo, y ya está brotando”. Es la Gracia de Dios, su Espíritu, su fuerza, su consuelo, su perdón, su ternura de Padre Justo la que va siempre delante de nosotros. No tengan miedo, Dios no se muda. “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”. Es la alegría del corazón que pone como fundamento a Cristo. “Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares”.Y nos sentimos en el lugar de la mujer adúltera del evangelio. Todo y todos nos acusan, sólo Jesús contempla el corazón del Padre, y ensimismado en su Misericordia, nos abre a una VIDA NUEVA. Son dos momentos: 1- Todos somos pecadores: no hay que juzgar al prójimo. 2- Reconoce tu pecado, y déjate perdonar, para entrar en un camino nuevo.
Y entonces digo con Pablo: “Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús”. Es vivir con una justicia que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe.
Hemos recibido la salvación en Cristo, tenemos que hacerla vida, que encarnarla en nosotros, que irradiarla a los demás. La Cuaresma es el camino hacia la Pascua, es el paso de la muerte a la vida, de la sombras a la luz, de la culpa al perdón, del odio al amor. Ya vemos a lo lejos al sol que nace de lo alto, ya sentimos el agua viva que apaga nuestra sed. Que al celebrar los misterios fundantes de nuestra fe cristiana despertemos del sueño del pecado, del egoísmo, del odio, de la mentira, y entremos en el REINO DEL AMOR.
“En un sentido, siempre estamos viajando. Viajamos como si no supiéramos hacia donde vamos. En otro sentido, ya hemos llegado. No podemos llegar a la perfecta posesión de Dios en esta vida; por eso viajamos, y lo hacemos en medio de la oscuridad. Pero ya poseemos a Dios por la gracia. Por eso, en ese sentido, ya hemos llegado y moramos en la luz. Pero ay!!Qué lejos tengo que ir para encontrarte a ti a quien ya he llegado!”. (Thomas Merton).
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