¿No fuiste tú tal vez lo último que vi cuando el buque zarpó, a ti de pie sobre tu torre de espaldas al mar, mirando hacia la universidad? Yo nunca te he olvidado. He olvidado todas las cosas que te pedía en mi oración. Pienso que las he recibido, pero no me acuerdo. Lo realmente importante es que te he recibido a ti.
Te conozco y sin embargo no te conozco. Te amo, pero no lo suficiente.
La oración te acompaña, porque la oración, más que una exigencia que nos plantees, es un regalo que nos haces. ¡Ojalá pudiera yo orar¡…y de hecho lo hago.
Enséñame a ir a este país que está más allá de las palabras y los nombres propios.
Necesito que tú me guíes. Necesito que mi corazón se mueva bajo tu impulso. Necesito que mi alma se purifique por medio de tu oración. Necesito que tú fortalezcas mi voluntad. Necesito que tú salves al mundo y lo cambies. Te necesito para todos los que sufren, para los encarcelados, para quienes están en peligro, para los atribulados. Te necesito para toda esa gente que se ha vuelto medio loca.
Necesito que tus manos sanadoras actúen siempre ven mi vida.
Necesito que, a imagen de tu Hijo, hagas de mí un sanador, un consolador, un salvador.
Necesito que tú le pongas nombre a los muertos. Necesito que ayudes a los moribundos a cruzar el río particular de cada uno de ellos.
Te necesito para mí mismo, tanto si vivo como si muero.
Necesito ser tu monje y tu hijo.
Es necesario. Amén.
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