En su ómnibus Merton se dirige a Oriente, la última provincia cubana en aquel entonces, para atravesar la Sierra Maestra y vislumbrar desde lejos “la basílica amarilla de Nuestra Señora del Cobre, de pie en una prominencia, sobre los tejados metálicos del pueblo minero”. En su autobiografía nos cuenta Merton que, luego de estar unos días en Santiago, la semana siguiente fue a visitar el santuario:
“Subí por la senda que contorneaba el montículo en que se asienta la basílica. Entrando por la puerta quedé sorprendido de que el suelo fuera tan reluciente y la casa tan limpia… Estaba en el fondo de la Iglesia, junto al ábside, en una especie de oratorio detrás del altar mayor, y allí, encarándose conmigo, en una pequeña capilla, estaba la Caridad, la virgencita alegre y negra, cubierta con una corona y vestida con magníficos ropajes, que es la Reina de Cuba”
Allí, en el santuario, Merton se arrodilló, oró e hizo su promesa a la Virgen en relación con su sacerdocio, tal vez similar a las mismas palabras que aparecen un poco antes en su autobiografía, en el momento en que, desde el ómnibus divisaba el santuario:
“¡Ahí estás, Caridad del Cobre! Es a tí a quien he venido a ver; tú pedirás a Cristo que me haga su sacerdote y yo te daré mi corazón, Señora; si quieres alcanzarme este sacerdocio, yo te recordaré en mi primera misa de tal modo que la misa será para tí y ofrecida a través de tus manos, en gratitud a la Santísima Trinidad, que se ha servido de tu amor para ganarme esta gran gracia”.
Luego Merton intentó estar un rato en silencio y soledad haciendo su oración, pero la insistencia de una buena señora que intentaba venderle unas medallas le hizo salir pronto del lugar, sin tener ocasión de decir todo lo que quería a la Virgen, ni conocer mucho sobre ella. De hecho, nunca supo el día en que celebrábamos su fiesta. Cuenta que luego allí, en el poblado minero, compró una botella de gaseosa y se detuvo bajo el techo metálico de la tienda del pueblo para refugiarse con toda seguridad del sol y el calor del lugar, mientras en alguna casa cercana un armonio tocaba el Kyrie Eleison.
Para cerrar esta parte, citamos a Cintio Vitier, que escribió en su artículo de la revista “Contracorriente”: “Así como en Matanzas tuvo el signo incipiente de la predicación y en Camaguey del retiramiento, en Santiago recibió el bautismo de la poesía, siempre en esa cuerda cariñosa que Cuba guardaba para él. Pero fue de regreso a la Habana cuando conoció la más intensa revelación… “. (Pág. 58).
Un año Después: El 14 de mayo de 1941, un año después de su visita a Cuba, y pocos meses antes de su entrada al monasterio Merton hace memoria de su viaje, intentando responderse a la pregunta “¿Dónde estaba yo por estas fechas el año pasado?”, y escribe:
“O bien en la Habana, Cuba, o recién salido de la Habana. Tal vez tomase el barco el día 15. De encontrarme en la Habana, me hospedaba en el Hotel Andino. Fue una tarde tan brumosa e indefinida como ésta cuando me entretuve con Manolo, el jefe de los camareros de una de aquellas terrazas de la Plaza -¡Ah, sí! ¡”Club Pensilvania” era su nombre! – Y saboreé un helado. Pero, el día anterior a mi partida, me llegué a Río Cristal y disfruté de una comida fabulosa que superó con creces mis deseos de comer
El año pasado: flores, pájaros, cascadas de agua, arroz con pollo, una sopa especial, frijoles (en castellano en el original), gente tocando la guitarra, una terraza. De vuelta a la Habana y en sus numerosas plazas a través de las calles que desembocan en ellas. Destino preferido, las Iglesias del Santo Cristo y San Francisco. Lo único realmente bueno de mi estancia en la Habana era la visita de cada mañana al templo y la comunión, el desayuno consecutivo a base de un gran vaso de zumo de naranja, y la lectura, en el Diario de la Marina, de la noticia de la expulsión de los ingleses de Noruega.”
También, leyendo algunas páginas de los diarios, nos enteramos de su visita a una exposición universal en el año 1939, donde “iría al Pueblo Cubano” (supongo que un pabellón dedicado a Cuba). Menciona más adelante, en la entrada del día 26 de julio de 1941, una novela que está escribiendo, "The Man in the Sycamore”, y dice “Ayer por la noche volví a leer la parte cubana y me gustó”, lo cual me hace suponer que una parte de la trama transcurría en Cuba. En una de sus sitios de retiro, en 1953, la ermita de Santa Ana, tiene entre otras cosas a Nuestra Señora del Cobre. (pag.161, Diarios I). Y finalmente el 17 de julio de 1956 escribe una oración a la Virgen del Carmen, realmente hermosa, y dice. “¿No fuiste tú tal vez lo último que vi cuando el buque zarpó, a tí, de pie sobre tu torre de espaldas al mar, mirando hacia la universidad?” (Pág. 164, Diario I).
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