“La Habana será siempre una ciudad muy querida para mí, como lo es todo lo de Cuba. Ciertamente, en la Habana, me fue dado entender con claridad la realidad del misterio cristiano, por la gracia de Dios, y no puedo evitar creer en las profundas potencialidades cristianas de Cuba, y de toda Latinoamérica. Nunca podré olvidar las Iglesias de la Habana, o el santuario del Cobre” (60). (Carta: 1/agosto/63).
Supongo que en las cartas que Merton recibía desde Cuba, y a través de algunas noticias que recibiría, estaba al tanto de las tensiones que vivían los cubanos, y los creyentes, de unas u otras tendencias, en los primeros años de la revolución. En la misma carta citada anteriormente Merton nos deja, todavía para hoy, una verdadera reflexión para alcanzar la santidad en Cuba hoy:
“ No sientan que las dificultades en medio de las cuales laboran hacen menos significativas sus vidas. Al contrario, los cristianos vivimos en todas partes en una especie de destierro, y es necesario que todos comprendamos esto. El peligro mayor proviene de identificar la iglesia con un sistema económico y cultural próspero y sólido, como si Cristo y el mundo hubieran finalmente acordado ser amigos. La Iglesia necesita cristianos de pensamiento libre y original, con nuevas soluciones y dispuestos a correr riesgos”. Y luego, más adelante, añade: “Ustedes no tienen por qué sentir confusión o duda, sino abrir sus corazones al Espíritu Santo, y regocijarse de su libertad que nadie puede arrebatarles. Ningún poder en la tierra puede impedirles amar a Dios y unirse a é. Ni tampoco dependen de la devoción tradicional, puesto que el Señor está junto a ustedes, y vive en ustedes. Su evangelio no está viejo, ni olvidado; es nuevo, y está ahí para que lo mediten. Por su Gracia pueden aun recibir los sacramentos de la Iglesia y alegrarse de estar en el cuerpo de Cristo. Y tienen a sus hermanos cristianos y a toda Cuba para amar”.
Para mí, estas palabras de Thomas Merton son una especie de testamento que sella su relación con Cuba, con su gente, con sus devociones, con sus infinitas posibilidades cristianas, como él mismo reconociera. Leerlas una y otra vez nos permiten quedarnos con el eco interior de su compañía y su bendición sacerdotal, y llenar nuestro corazón de confianza, de esperanza y de paz. Este hombre, buscador incansable de Dios, de su soledad y su silencio, que se sintió en esta tierra como un príncipe, como un millonario espiritual, acogido, cuidado, y donde recibió una verdadera gracia que Cintio Vitier reconoce como “un suceso espiritual único en nuestra historia”, puede ser un maestro, un compañero de camino, para quienes anhelamos contemplar cara a cara el rostro de Dios
1 comentario:
Este es, por el momento, el último artículo sobre la relación de TM con Cuba: estoy reeescribiéndolo todo y descubriendo nuevas aristas y motivaciones sobre el tema.
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