Para Henri Nouwen, la contemplación estaba en el centro de todas las cosas y era la disciplina de vivir en presencia de Dios. A través de la fidelidad en la oración, se despertaba a sí mismo al Dios que estaba en su interior y le dejaba penetrar en sus latidos y en su respiración, en sus pensamientos y en sus emociones, en su oído, su vista, su tacto y su gusto. Nouwen estaba convencido de que los líderes cristianos debían reivindicar la mística, a fin de que cada palabra que pronunciaran, cada sugerencia que hicieran y cada estrategia que pusieran en práctica, surgiera de un corazón que conociera a Dios íntimamente.
Decía Nouwen:
“Tengo la impresión de que muchos de los debates en la Iglesia en torno a temas como el papado, la ordenación de las mujeres, el matrimonio de los sacerdotes, la homosexualidad, el control de la natalidad, el aborto y la eutanasia tienen lugar a un nivel fundamentalmente moral. En este nivel las distintas facciones batallan en torno al bien y el mal. Pero tal batalla suele estar alejada de la experiencia del amor primigenio de Dios que subyace a todas las relaciones humanas. Para describir las opiniones de las personas se emplean términos como derecha, reaccionario, conservador, liberal e izquierda, y muchos debates parecen más batallas políticas por el poder que búsquedas espirituales de la verdad”. (En el nombre de Jesús, PPC, 1998)
Según Nouwen, los pastores cristianos, mediante actos de devoción y adoración, tienen que aprender a mantenerse a la escucha de la divina voz del amor y encontrar en ella la sabiduría y el valor para abordar los problemas contemporáneos. Sólo entonces les será posible:
1- Ser flexibles sin ser relativistas.
2- Estar convencidos sin ser rígidos.
3- Estar dispuestos a entrar en confrontación sin ser ofensivos.
4- Ser amables y perdonar sin ser blandos
5- Ser verdaderos testigos sin ser manipuladores.
(Lo anterior, tomado de: “Henri Nouwen, el profeta herido”, Sal Terrae, 2000)
Es evidente que el propósito de Henri era espiritualizar el ministerio para que no se convirtiera simplemente en una profesión más. El ministro ha de ser un hombre espiritual, ha de tener la propia experiencia de encuentro con Jesús. Se me hace evidente cuán necesario es esto al escuchar anécdotas y planes pastorales que se quedan en lo superficial, en “pequeñas batallitas” mientras se pierde de vista lo esencial, lo profundo, lo auténticamente espiritual y evangélico.
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