La carga del Amor; el amor que elige y pone su señal en cada uno de nosotros. El amor que nos hace pobres, que nos despoja, para poder convertirnos en bienaventurados. A partir de Mateo 11, 25-30, tres momentos de reflexión:
1-“Has escondido estas cosas a los sabios y entendidos”. Es un saber diferente, que no se encuentra en la razón, sino en el corazón. No es que ignore la razón, pero la supera. Es “lo esencial” de que habla el pequeño príncipe. El camino es la sencillez (que no tiene composición ni artificio, que carece de adornos ostentosos, franco en el trato, que no es doble).
2- “Mi padre me lo ha enseñado todo”. Ese saber que viene del corazón lo ha conocido Jesús de Dios; el tesoro de Jesús es su Padre, su corazón es el Padre. A través de su relación con él comprende y vive la pobreza y la carga del amor.
3- “Mi yugo es llevadero y mi carga ligera”. Pero no deja de ser yugo y carga, no hay que olvidarlo. ¿Cuál fue la mayor pobreza del hijo de Dios? La encarnación, comprensible solo en clave de amor. Jesús abraza su condición de hijo y su condición humana, una es yugo y carga para la otra, pero ambas, juntas, nos alcanzaron la compasión de Dios. (Yugo: instrumento de madera con que se uncen formando yunta las bestias de labor; en sentido figurado: ley o dominio que sujeta y obliga a obedecer).
En Resumen: El saber y la libertad de Jesús brotan del haber aceptado el yugo de su condición de Hijo al mismo tiempo que su precaria humanidad, porque sabía que esa era la voluntad de su Padre, voluntad de Misericordia y de amor.
La pobreza mayor y más radical no es la que elegimos voluntariamente, sino la que nos es dada o impuesta, desde dentro de nosotros o desde fuera. Asumirla y hacerla parte de nuestra vocación a la santidad es la carga que Jesús nos invita a llevar como él llevó la suya propia, porque es la misma realidad que compartimos: “llevamos un tesoro en vasijas de barro”.
El yugo de la fe, las enseñanzas de Jesús; el yugo del Espíritu que llevamos en nosotros, nos mantiene en el camino y nos ayuda a soportar las cargas, sin perder la alegría.
Tres propósitos:
1-Ser sencillos, despojarnos de artificios y máscaras.
2-Aprender del Padre, que es sabio en amor y lleva nuestra carga.
3-Reconocer la fuerza y el poder del yugo de la fe y del amor.
Tal vez las palabras de Jesús al final de este evangelio deban ser comprendidas desde dos niveles: lo que hace llevaderos el yugo y la carga propios, es el compartirlos con el yugo y la carga del otro. Jesús se convirtió en el lugar de reposo de toda la humanidad que sufre, y no lo hizo desde una situación de grandeza y poder, sino desde su propia pobreza y condición humana. “Gracias, Padre –dice Jesús- porque así te ha parecido bien”. La Palabra de Dios es inagotable, y cuánto más profundizamos en ella se nos descubren nuevas y mayores riquezas, entendibles únicamente desde el corazón.
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