“El hombre más peligroso del mundo es el contemplativo que no es dirigido por nadie, que confía en sus propias visiones, que obedece a la atracción de una voz interior, pero no quiere escuchar a los demás. Identifica la voluntad de Dios con cualquier cosa que le haga sentir en su corazón un gran, cálido y dulce bienestar interior. Cuanto más dulce y cálido es el sentimiento, tanto más convencido está de su infalibilidad. Y si la pura fuerza de la confianza en sí mismo se comunica a otras personas y produce en ellas la impresión de que es realmente un santo, semejante hombre puede causar la ruina de una ciudad, una orden religiosa e incluso de una nación El mundo está cubierto de cicatrices que han dejado en su carne semejantes visionario.
No obstante, muy a menudo no son más que unos pesados inofensivos. Se meten en un callejón sin salida espiritual y reposan allí, en el cómodo nido de las emociones privadas. A decir verdad, nadie toma la decisión de envidiarlos o admirarlos, porque hasta quienes no saben nada de la vida espiritual perciben de alguna manera que son personas que han perdido el sentido de la realidad y se han contentado con una imitación.
Cuando somos guiados por Dios a la oscuridad donde se encuentra la contemplación, ya no podemos reposar en la falsa dulzura de nuestra propia voluntad”.
Thomas Merton, Nuevas Semillas de Contemplación.
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