El amor que uno siente por Dios es el mismo que antes ha sentido por las otras cosas. Y el que ama sólo a Dios, lo ama con el amor con que antes amó a miles de cosas, y lo ama con la fuerza inmensa de quien no ama más que una sola cosa en todo el universo, y con un amor total y universal.
El amor es que otro habita dentro de la persona que es uno. El amor es una presencia. Es sentirse de otro, y sentir que otro es de uno. El amor es sentirse dos, y sentir que dos son uno mismo. El amor es saberse amado, sentir la presencia de otro que lo ama a uno y le sonríe.
Cuando uno mira al amado, toda el alma se vuelca en la mirada. Cuando uno suspira toda el alma se vuelca en el suspiro”. (Ernesto Cardenal: “Vida en el amor”. Trotta)
Que no es otra cosa, amigos míos, la fe, sino AMOR, así, con mayúsculas, y el amor no sabe de mediocridades, porque el AMOR siempre es único y original. La fe no puede ser costumbre, rutina, sino que es riesgo, aventura. A menudo buscamos seguridad en la fe, y la fe es todo lo contrario. Es un salto al vacío. Pero aquí el “vacío” es aparente, aunque puede experimentarse como tal; es el amor infinito, que puede darnos vértigo.
Así es la fe: un inmenso amor.
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