Siguiendo la lectura de “El signo de Jonás”, respecto a lo que supuso el sacerdocio ministerial para TM, encuentro algunos textos que quiero compartir:
“La misa es lo más maravilloso que ha entrado a formar parte de mi vida. Cuando estoy ante el altar me siento, al fin, aquello que Dios deseaba que fuera realmente. A propósito de la lucidez y la paz de este perfecto sacrificio nada puedo decir. Pero percibo claramente el especialísimo ambiente de gracia en que se desenvuelve y respira el sacerdote durante la misa (¡y durante muchos días después!)
Cierto que esta gracia peculiar es algo personal e intransferible, pero brota también de la función social de la misa. El mayor don que se puede conceder a cualquiera es participar en el acto infinito por cuya consumación el amor de Dios desciende sobre todos los hombres. En este sentido las supremas gracias de la soledad y la sociedad coinciden y se convierten en una, y esto se opera en el sacerdote durante la Misa, a semejanza de lo que sucede con el alma de Cristo y en el Corazón de María.
¡Qué grato es recordar a las gentes por las que ruego….! Antes, cuando no me habían ordenado aún, pensaba que sus nombres supondrían una distracción. Pero lo que hacen en realidad es intensificar la radiante aureola de alegría que envuelve las profundidades de mi alma.
Y esa radiación de que hablo es, con todo, oscura, porque brilla en el silencio de una fe sin imágenes. Y yo me regocijo en esa oscuridad”.
Lo anterior lo escribe Merton un 4 de junio de 1949, víspera de Pentecostés. Luego, seis días después apunta:
“Nada parece mejor en la misa que una cierta sobriedad litúrgica. El sacrificio en sí es tan inmenso, que ninguna superabundancia de ademanes acentuará su expresión”.
1 comentario:
Esto de la función social de la misa es algo muy interesante, y en lo que he reflexionado a menudo. No hacer de la eucaristía algo intimista, individual, piadoso, sino un espacio donde el Reino se hace presente por la solidaridad y el servicio.
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