1- “Mi ordenación sacerdotal era el gran secreto para el que he nacido”.
2- Ningún hombre es ordenado sacerdote para sí solo”.
3- “Los dos aspectos más característicos de la caridad divina en el corazón de un sacerdote son la gratitud y la clemencia”.
4- “Después de celebrar mi primera misa comprendí perfectamente que en la vida nada hay importante fuera de amar a Dios y servirlo con sencillez y alegría”.
En una de las entras del diario, correspondiente al 8 de mayo de 1946, Merton apunta: “¿Cómo es posible que alcance yo algo tan maravilloso como el sacerdocio?”, y una semana después se pregunta: “¿Qué efectos producirá la Misa en mi vida interior?”.
Sólo once días antes de su ordenación escribe: “Me vuelvo hacia Dios y comprendo que mi vocación es ser un sacerdote y un contemplativo, que mi vocación es la plegaria. Esto me llena de ventura”.
El día 23, con su habitual sentido del humor, dirá:
“Dentro de tres días, si vivo y si el arzobispo no sufre una caída y se rompe una pierna, seré sacerdote. Pienso sin cesar: Voy a cantar Misa, voy a cantar Misa. Y recuerdo a Nuestra Señora del Cobre, cuya basílica visité hace nueve años en este mes de mayo. La Virgen se ha portado muy bien conmigo. Su amor me ha seguido hasta aquí y me conducirá hasta Dios”.
Está leyendo a San Juan de la Cruz, “Llama de amor viva” y dice que no atina a leer otra cosa. Otras dos afirmaciones interesantes:
“La mayor parte de lo que se ha escrito sobre el sacerdocio no me satisface. He llegado al extremo de no poder ni siquiera leer esos textos. Los encuentro demasiado técnicos y lo que yo necesito no es literatura, sino al Dios viviente”.
“El problema del sacerdocio constituye para mí, entre otras cosas, un problema de pobreza. Ser sacerdote significa, al menos en mi caso particular, no tener nada, no desear nada y no ser nada, sino pertenecer a Cristo”.
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