Anoche habíamos preparado la Vigilia en la parroquia para las 10 de la noche, y salí sobre las nueve para estar temprano y poder acabar de prepararlo todo, pero a mitad de camino empezó a llover con fuerza y tuve que sentarme en el portal de una tienda a esperar que escampara; cuarenta minutos en los que estuve leyendo un libro de Grün que llevaba en el bolso, y pensando, mientras el agua corría como ríos por la calle, que la celebración habría que dejarla para el domingo. Cuando la lluvia empezó a ceder eché a correr y llegué a la Parroquia: estaban 2 hermanas sentadas a la puerta, nadie más, y eran las diez.
Me sentía un poco descorazonado porque disfruto mucho la Vigilia Pascual, y lo había preparado de una manera diferente esta vez, pero pensé: “El hombre propone, y Dios dispone”, y en mi mente empecé a justificar a los hermanos: con un tiempo así, imposible. Algunos llamaron por teléfono para decir que no podían salir de casa a causa de la lluvia y las calles inundadas. En fin.
Y entonces fue probada mi incredulidad, porque apenas el agua cesó apareció la gente; volvió a llover fuerte, y luego volvió a parar, y más gente llegó, y comenzamos a las diez y media con el salón lleno.
Hice algunas innovaciones, con perdón de los liturgistas. Comenzamos en el salón parroquial, alrededor de lo que era el “monumento”, ahora preparado como un sepulcro vacío; una introducción sobre los cuatro momentos de la Vigilia: cuatro signos, cuatro realidades de nuestra vida de fe y vínculo con Jesús: la luz (encontrar a Jesús) y el agua (recibir el bautismo), la Palabra (que nos da un nuevo saber) y la Eucaristía (que nos alimenta).
Luego fuimos leyendo y comentando tres pasajes de la Escritura: La Creación, el Sacrificio de Abraham y la salida de Moisés y el pueblo cruzando las aguas; entre ellas cantamos. Fui mostrando como esas lecturas de la Antigua Alianza anuncian la obra de Jesús y se hacen realidad en el hoy de nuestras vidas. Para cruzar el mar rojo también nosotros cerramos los ojos, y apagamos las luces. Meditamos en la oscuridad de nuestra vida y del mundo, y en la necesidad que tenemos de luz.
Y entonces, en medio del salón, encendimos el fuego y cantamos: “Manda el fuego, Señor, manda el fuego”; las llamas eran altas, y alguno se asustó un poco, pero nada pasó; encendimos el cirio pascual y luego cada uno su propio cirio, y así salimos en procesión para el templo, animados por el anuncio: ¡LUZ DE CRISTO!!!. Demos gracias a Dios.
En el templo en penumbras sonó como trompeta el Pregón Pascual: los cirios en alto, el corazón rebosante de gozo. También nos sentimos parte de la Iglesia que espera, y así lo añadimos al pregón. Y luego sentados escuchamos las palabras de uno de los profetas: la promesa de Dios de no arrepentirse nunca de su alianza con nosotros, de que nos renovará constantemente.
Y entonces a toda voz gritamos ¡Gloria! Se encienden todas las luces, y suenan las campanas. Somos un pequeño resto en medio de la noche, en una ciudad que duerme, y sin embargo tenemos esperanza. El apóstol nos habla del sentido de nuestro bautismo, y tras un Aleluya movido y palmeado el Evangelio proclama: “No tengan miedo”.
Esta es la noche de la fe. No hay otra como esta. Es la noche santa de la Resurrección, la noche santa de la Vida. Renovamos nuestra renuncia al mal y proclamamos nuestra fe, e intercedimos por la Iglesia Universal y el mundo entero, para que llegue el Reino de libertad y justicia que esperamos. El agua bendecida se derrama sobre nuestras cabezas, más agua, además de la lluvia que antes nos mojara. Es una noche para renovar el bautismo, el nuestro, pero también el de esta ciudad en que vivimos la fe.
La liturgia eucarística es el colofón de la vigilia: un ambiente de intimidad fraterna casi nos sobrecoge. Es su Cuerpo y su Sangre, entregados por amor, lo que ahora compartimos. Cada gesto es un signo de esta Nueva Vida que nos trae: el canto, el silencio, las manos juntas, el abrazo de paz, las palabras tantas veces repetidas del canon. Todo esta noche parece nuevo, diferente.
Al final, y luego de un ¡Aleluya, aleluya! Bien fuerte, y a pesar de que ya pasa la medianoche, la comunidad se abraza, se felicita, y vamos al salón a compartir un vinillo casero. La gente está contenta, y yo también. El entusiasmo de los jóvenes del coro ha sido un aporte importante a esta noche “buena”.
Hoy tendremos la Misa a las 4, y después el Ágape; y el sábado próximo tendremos nuestra fiesta patronal: San José, con procesión y obispo. Será una Pascua por todo lo alto. Aunque somos una comunidad pequeña, nuestra alegría es un signo en medio de nuestra gente. Los cambios que Cuba necesita han de empezar en el corazón de algunos hijos de esta tierra.
Ahora vuelvo y digo: La resurrección de Cristo tampoco fue casual, la casualidad no existe. Me gusta evocar una frase de “El Pequeño Príncipe”: “Es bueno haber tenido un amigo aun si vamos a morir; parecerá que he muerto y no será verdad”.
A todos mis amigos y amigas de este blog:
FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!!!!!!!!!!!!!!!!.
2 comentarios:
Gracias, es tremendo lo que has contado o mejor dicho cómo lo has narrado. Mi oración también te recordo anoche en mi primera "vigilia Pascual"
Un abrazo
SALUDO PASCUAL
¡Exulten los coros de los ángeles en el cielo!,
¡Desborde la alegría por toda la creación!,
Goce también la tierra, inundada de tanta claridad.
La luz radiante venció a las tinieblas.
Felices Pascuas
En el amor de Jesús resucitado
Teresa
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