Comenzamos con una historia: “Un amante se acercó un día a la casa de su amada. Tocó a la puerta. Una voz preguntó desde dentro: ¿Quién es? El amante respondió: soy yo. La voz le dijo casi con tristeza: aquí no cabemos tú y yo. El amante se fue de ahí y durante mucho tiempo estuvo meditando el sentido de las palabras de su amada. Pasado un tiempo, volvió a acercarse a la casa de su amada y volvió a tocar, como lo había hecho anteriormente. De nuevo, como había pasado la vez anterior, la voz le preguntó desde dentro: ¿Quién es? Entonces el amante respondió: soy tú. Y la puerta se abrió, y él entro a la casa de su amada”.
(Queremos hablar acerca de
la oración sin palabras que está centrada en la conciencia de la presencia de
Dios, y la historia anterior puede servir como parábola que describe dos
diferentes modos de entender la vida espiritual. En el primer caso, una
espiritualidad abiertamente dualista: Dios y la persona humana se consideran
claramente separados uno del otro. Por más cerca que estemos de Dios, por medio
de la gracia y de nuestras obras, consideramos a Dios como “la otra persona”, como el otro. Pensamos
que por nuestra condición de criaturas, estamos necesariamente separados de
Dios, por eso, cuando llamamos a la puerta sólo podemos decir: soy yo.
La segunda parte del cuento
expresa un tipo diferente de espiritualidad. Afirma básicamente lo siguiente:
aunque yo soy alguien distinto de Dios (en el sentido obvio de que no soy Dios)
sin embargo, no estoy separado de Dios. Por el hecho mismo de ser creatura, si
me separo de Dios, soy nada. Separado de Dios sencillamente yo dejaría de
existir. Por eso, cuando tengo conciencia de la presencia de Dios, lo único que
puedo decir es: soy tú.
A partir de lo anterior,
vamos a compartir ideas que nos ayuden a entender lo que distingue o diferencia
una “espiritualidad
de devoción” de una “espiritualidad contemplativa”. Casi
todos comenzamos por la primera, no se trata de despreciarla, sino de invitar a
seguir creciendo en una mayor conciencia de Dios).
Le damos este nombre para partir de algo; no tiene un sentido despectivo, no intenta infravalorar su lugar en el camino cristiano, ni deja de reconocer que existe en esta espiritualidad una “vida interior”, una vida de gracia, que implica también participación en la vida de Dios, comunión. Esto se realiza sobre todo mediante ejercicios devocionales exteriores de piedad; se insiste en hacer siempre cosas que agradan a Dios, está centrada en el “hacer”. Así se entendían el “ir a misa”, “confesarse”, “ir al Santísimo”: eran cosas que debía “hacer” porque agradaban a Dios. En la Iglesia a lo largo de los siglos se han desarrollado muchos ejercicios de devoción, y los creyentes los hacían repetidamente, una y otra vez, parea asegurar la salvación… cuántas más veces mejor, por si acaso. Pensemos, por ejemplo, en Novenarios, Triduos, tan jueves o viernes a… El Sagrado Corazón… el rezo de oraciones mientras el sacerdote decía su misa en latín de espaldas al pueblo… los acólitos eran más devotos si rezaban las letanías de la Virgen mientras acolitaban. Existían otros ejercicios piados más personales como el llevar la cuenta de los actos de arrepentimiento o de alabanza a lo largo del día. Las muchas estampas que se guardaban, y cuyas oraciones se rezaban al final de la jornada.
No se trata de burlarnos de esa espiritualidad, que aun hoy sirve a mucha gente para caminar en Cristo, y hecho, las devociones son válidas para cultivar nuestra relación con Dios; la cuestión sería que nos detuviéramos aquí, y no buscásemos formas más profundas de oración...
Algunas cuestiones a destacar de esta espiritualidad de devoción:
1. Cierta mentalidad de fondo que presenta las cosas así: si yo cumplo con Dios en todas estas cosas religiosas, Dios estará contento conmigo, y de alguna manera estará obligado a cuidar de mí. Es una forma sutil de “pelagianismo”, herejía que afirma que salvación se obtiene por las obras. Tratamos de “sacar buenas notas” con Dios, ganarnos su favor, como si comenzáramos de cero y tuviéramos que ir acumulando puntos. Aprendimos que “nuestras devociones” agradaban a Dios. Sucede que también los sacramentos y actos litúrgicos acababan siendo meras devociones, a los que se acude por rutina, para acumular puntos ante Dios.
2. Una espiritualidad mediatizada: resulta que además muchas de nuestras prácticas devocionales no estaban dirigidas a Dios, sino a los santos favoritos de las personas devotas. Algunas personas no se sentían dignas de dirigirse directamente a Dios, y por eso recurrían a mediaciones, que no solían incluir a Jesús. El trato con Dios siempre era “mediado” nunca directo: a través de personas o rituales. Evocamos aquel pasaje del AT en el que los israelitas piden a Moisés que hable con Dios por ellos, porque estaban llenos de temor. Hoy también persiste ese temor en algunas personas: no tratar con Dios, sino con mediaciones.
3. Un fuerte tono moralizante: Esta espiritualidad de devoción, como antes dijimos, está centrada sobre todo en el “hacer”, y suele tener por ello un fuerte tono moralizador. Es necesario buscar la “voluntad de Dios”, y el camino cristiano se centra por ello en cambiar las cosas que hago, obrar de modo diferente, que se traduce en el “cumplir lo que la Iglesia manda”. La invitación de Jesús, “metanoia” (cambio de dirección, cambio de mente y corazón) se convierte en un “cambio de conducta”. Insistencia en dominar mis pasiones y deseos, pero habla poco del ser, de la responsabilidad social. Lo importante aquí sería “salvar mi alma”, pero poco que ver con el lugar de la comunidad en la salvación.
4. Espiritualidad de compartimientos: La vida espiritual, llena de devociones, mediada y moralizante, tendía a dividir la vida de la persona en compartimentos. Una cosa era mi vida religiosa, mis practicas, y otra mi vida social o laboral; parecía que mis deberes sociales obstaculizaban una vida más espiritual, quitaban tiempo y espacio a las devociones o actos de piedad. Habían, y yo vivía, entre dos reinos: el sagrado y el secular o profano.
5. Autoconsciencia: Esta espiritualidad tendía por lo anterior a recalcar el “yo” y la respuesta humana a Dios. Centrado sobre mí mismo, me aseguraba de que yo hacía las cosas bien, de que yo identificaba mis dones, y yo discernía como utilizarlos, para gloria de Dios y bien del prójimo. El modelo podría ser el joven Samuel que responde al llamado de Dios.
6. Una espiritualidad marcadamente verbal: Quiere decir, más centrada en las palabras, en el decir, en el hablar. Hablamos de oraciones hechas, hablamos de una espiritualidad que tiende a ser especulativa, anclada en certezas, en una dogmática clara, establecida. Poco espacio para la espontaneidad. Se debía pensar correctamente acerca de Dios, usando las palabras adecuadas (ortodoxia). Se considera a Dios como causa del mundo y como el Uno que sostiene al mundo y lo guía con su Providencia, pero evitando cualquier expresión que tendiera a identificar a Dios con el mundo, o viceversa (panteísmo). Importante tener siempre clara el abismo que separa a Dios de sus creaturas.
EN RESUMEN: Esta espiritualidad, que hemos llamado “devocional” se preocupa más del hacer que del ser; más de la conducta que de la conciencia; más sobre hacer la voluntad de Dios cumpliendo sus mandamientos y practicando las devociones que le agradan que en sentir a Dios como es en realidad. Es una espiritualidad dualista, que hace énfasis en la trascendencia de Dios y la separación de Dios respecto al Mundo y a nosotros. Y aun cuando con Dios podíamos alcanzar cierto grado de comunión, de todas maneras se mantenía una distancia, una separación, que me hacía responder como en el relato del comienzo: “Soy yo”.
Texto preparado a partir de: "Silencio en llamas", W. Shannon.