IDEAS SOBRE LA SANTIDAD EN “San Bernardo, el último de los Padres”, de THOMAS MERTON.
1- “El enigma de la santidad es la tentación y ordinariamente la ruina de los historiadores. La santidad nace de un conflicto, de contradicciones que se concilian en la unidad” (28). “Hay otros elementos antagónicos que se deben conciliar y armonizar en todos los santos: lo humano y lo divino” (32). “Insistiendo en aspectos visibles y accidentales, nos quedamos en la superficie de las cosas, pues aquellos emanan de una vida de santidad profunda e invisible. Lo esencial, no lo olvidemos, es lo que no vemos. Todo aquello que se relaciona con el misterio central, todo cuanto se capta fácilmente en la vida de un santo, no tiene gran alcance; a lo sumo es señal de una santidad interior. Los pensamientos y las virtudes de un santo no son cosas maravillosas en sí mismas; sólo son a manera de relámpagos, muy significativos, que emergen de la noche del misterio de Dios y del corazón mismo de ese misterio. Un santo no representa ni su época, ni su país, ni siquiera a sí mismo: es un signo de Dios, signo para su generación, signo para todas las futuras generaciones” (33). “Los santos no sólo poseen la vida, sino que la comunican; sólo aquellos que la recibieron de ellos son los que mejor pueden hablar de su santidad” (33). “Cristo se comunica a los hombres por el ministerio de los santos, y no sólo durante su vida, sino también después de su muerte” (34).
2- “De su madre aprendió ante todo Bernardo a amar a Dios. Ella fue la que echó los cimientos de su santidad, transfundiéndole algo de su sencillez personal, de su abnegación y caridad, enseñándole a rezar y a amar al Salvador crucificado” (36). “El signo característico de una verdadera renovación espiritual es esa especie de contagio que difunde en derredor suyo y que llega a todos los campos de la actividad y de la vida; orienta los progresos del arte, inspira una nueva poesía y música, despierta en los que se aman un lenguaje nuevo para cantar su amor y les concede el que se puedan mirar uno a otro con un respeto completamente nuevo, desconocido hasta entonces” (39).
3- Hay en este libro muchos elementos de una concepción de la santidad preconciliar, que aunque permite vislumbrar las líneas de pensamiento que aparecen el TM en años posteriores, todavía refleja ciertas idealizaciones o comprensiones marcadas sobre todo por la piedad o el dualismo espiritual. Por ejemplo, página 43, dice “Tuvo que aprender que el hombre no es un ángel, que los monjes tienen cuerpo”; me pregunto: ¿Eso hay que aprenderlo, o es natural que lo sepamos? Y luego: “No sólo procuró mortificar sus deseos, sino hasta crucificar sus sentidos”, y también: “el santo, siempre harto puro y espiritual para sentir cualquier tentación carnal, supo no extrañarse de que todos los hombres no se pareciesen a él” (43). Merton, en Louisville, descubrió lo contrario: cuanto se parecía él a todos los hombres. Por otra parte TM reconoce aquí que algunas acciones de Bernardo pueden ser escandalosas hoy, como su apoyo a las cruzadas, pero dice que el poder espiritual que se descubría en él, y que le hizo participar de la política de su tiempo, también forma parte de su santidad. Reconoce que “la santidad es siempre algo trascendente, y, con todo, hay en San Bernardo algo que no hubiese sido lo que fue fuera de los viñedos de borgoña” (62); influencia de su entorno, la gracia edifica sobre la naturaleza. Bernardo es una paradoja, pues rompe con el ideal de vida cisterciense (su vida política), y en esto puede verse en paralelo con la propia experiencia de Merton: “Bernardo sintió siempre preferencia por la vida oculta del claustro, y es falso que sus extraordinarios trabajos hayan amortiguado, por poco que fuese, su espíritu monástico” (63). “Su vida fue un aviso, un sacramento para su época como para la nuestra. Su santidad nos recuerda con elocuencia el hecho de que Dios no cesa de intervenir de manera casi visible en los asuntos humanos” (65). En la página 66 resume la santidad de Bernardo, que es “la santidad del profeta y del mártir”.
4- Encuentro destacables algunos aspectos que parecen vincular la trayectoria de Bernardo con la del propio TM; por ejemplo, escribe: “Una de las cosas de que huyó Bernardo al sumergirse en la soledad del Cister parece que fue la ambición literaria” (69). Vincula la obra de Bernardo con el renacimiento humanístico del siglo XII, y descubre que su teología y su mística están vinculadas: “San Bernardo no es un teólogo en el sentido moderno y técnico en que esta palabra designa al hombre que emprende el estudio científico de tesis dogmáticas. Su teología va unida a su experiencia personal, y esta sólo es un reflejo, un testimonio, de toda la Iglesia orante” (72). Es decir, refleja la fe de Bernardo, y la fe de su época. Aspectos importantes que descubre TM en Bernardo: centralidad de Cristo, devoción de Bernardo a la humanidad de Cristo. Habla del “punto culminante el humanismo cristiano de Bernardo”, y afirma: “El amor de Dios no es algo que pueda injertarse en la vida humana, en caso de necesidad, para serle útil. El amor de Dios es la única razón de ser del hombre. Mientras el hombre no ame a Dios, no ha empezado a vivir” (77). Vincula Bernardo, según TM, amor y libertad, y prefiere hablar, no tanto de perdernos en Dios, sino de ser hallados en Él, con toda nuestra realidad individual y personal (78). (Personalmente creo que hay en TM una huella humanista que, lejos de apagar su amor por Cristo, lo enriquece y eleva, permitiéndole tener una visión espiritual más larga). También en el pensamiento teológico espiritual de Bernardo hay una síntesis entre el misterio de Cristo y el misterio de los que se identifican con Él, es decir, Cristo y la Iglesia. Bernardo es un hombre de Iglesia. Acento en la ENCARNACIÓN, y en el misterio de la presencia de Cristo en el mundo, y ello a causa de la infinita misericordia de Dios. Cuando el hombre ama a Dios con todo su corazón, el hombre se convierte en divino, es uno con Cristo, imagen de la imagen perfecta del Padre (100-101).
5- Finalmente, otra cita sobre la santidad: “Aspirar a una santidad que da ocasión de admirarse a sí mismo y ser admirado de los demás es el peor de los caminos para hacerse santo: la complacencia en sí mismo, la mirada sobre sí mismo, es lo contrario de la santidad” (128). Y también. “La santidad de los santos no es nunca más que un aspecto de la santidad de Jesucristo. Hacemos nuestras las virtudes de nuestro redentor por la unión de nuestra voluntad con su gracia” (136-137). Otros dos aspectos vinculantes del pensamiento de Bernardo con TM presentes en este comentario serían la relación entre santidad y amor fraterno, y la presencia de María en la santidad del cristiano. “Si la realidad del amor de Dios no nos conmueve, nos será imposible respetar las obligaciones de la caridad fraterna o incluso los de la estricta justicia que debemos a los hombres con quienes convivimos” (132). En el caso de María, TM afirma que la santidad de María es digna de ser comparada con la divina santidad de su Hijo (140); no comparto esta frase tan radical; incluso parece estar de acuerdo en la posibilidad de que se declare como dogma la mediación universal de María.
6- Para el final, apunta: “Estamos llamados a ser santos no por nuestras fuerzas, puesto que carecemos completamente de ellas, sino por la fuerza que comunica la cruz de Cristo”(143); “No estamos llamados únicamente a temer a Dios o a honrarle: estamos llamados a amarle con todas nuestras fuerzas; amarle hasta olvidarnos radicalmente de nosotros mismos; hasta identificarnos con Él”(144).
Las citas están tomadas de la versión del libro publicada por PATMOS, 1956.