"Cuando Thomas Merton se hizo monje, en un momento crítico de su vida y de su entorno social, buscaba ser un «contemplativo», es decir, una persona que se entrega en cuerpo y alma a la meditación y al estudio, a la oración y a una vida humilde y retirada, para consagrarse a Dios y conocer también la verdad de sí mismo, de Dios, del mundo y de las cosas.
«A buen seguro que muchos de sus compatriotas considerarían el acercarse a esta puerta de entrada como algo escandaloso. Un cobarde, claramente. Un hombre indiferente ante los ejércitos nazis y las casas bombardeadas. Pero un rostro fuera de la fila puede ser mal interpretado, y un monasterio raramente es una escotilla de escape. El joven Merton no era un despreocupado ni un escapista. Estaba muy habituado a las calles de Londres, agujereadas en aquel momento por los cráteres de las bombas. Durante años, la preocupación de la guerra en Europa y sus horrores había limado su espíritu como el ácido corroe la piedra caliza. La paz que él buscaba en el monasterio no era seguridad por separación. Había ido a la Abadía de Gethsemani, en parte porque estaba convencido de que los lugares donde la oración es el asunto principal de la vida no están en el límite de la historia, sino en el centro, y en parte porque creía que podría hacer más por la paz desde allí que en cualquier campo de batalla. Estaba ante las puertas del monasterio por la misma razón por la que otros se enrolaban como soldados: para poner su vida en la línea de choque» (Jim Forest, Thomas Merton. Vivir con sabiduría PPC, 1997).
Tomado de Thomas Merton, Escritos esenciales (Sal Terrae 2006)