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martes, 28 de febrero de 2023

THOMAS MERTON HABLA DEL TIEMPO Y LA LITURGIA

"Para comprender la actitud del cristiano y de la Liturgia respecto al tiempo debemos tener una profunda comprensión de la esperanza cristiana y la confianza cristiana. Fundamentalmente, el cristiano está en paz con el tiempo porque está en paz con Dios.

El tiempo para el cristiano es la esfera de su espontaneidad, un don sacramental que puede permitir a su libertad que se despliegue en alegría, en el virtuosismo creativo de elección que siempre tiene la bendición de la plena conciencia de que Dios quiere que sus hijos sean libres, de que se siente glorificado porque sean libres.

Para el cristiano, el tiempo ya no es el devorador de todas las cosas. El culto cristiano está en paz con el tiempo porque el transcurso de tiempo ya no le importa al cristiano, cuya vida está “escondida con Cristo en Dios”.

La liturgia acepta la imagen arquetípica y natural de un “tiempo sagrado”, un tiempo primordial que se reitera misteriosamente y que está presente en el mismo corazón del tiempo secular. Donde quiera que se proclama el Evangelio en la Liturgia, empieza con la fórmula “en aquel tiempo”, y la formula, de hecho, destruye el paso del tiempo, anula todo el tiempo que ha pasado desde entonces, pues en la liturgia el entonces de las acciones salvíficas de Cristo es “ahora” en el misterio redentor de la oración de la Iglesia. El tiempo es transformado por la bendición y la oración de la Iglesia.

El tiempo, que ahora está encerrado entre los dos advenimientos de Cristo, ha sido reclamado por Dios como Suyo. La redención es una realidad siempre presente, viva y eficaz, que penetra las profundidades más íntimas de nuestro ser por la palabra de salvación y el misterio de fe.

Cristo ha aferrado el tiempo y lo ha santificado, dándole un carácter sacramental, haciéndolo signo eficaz de nuestra unión con Dios. Para el hombre en Cristo el ciclo de las estaciones es algo enteramente nuevo. Se ha convertido en un ciclo de salvación. El año no es simplemente un año más, es el año del Señor, un año en que el paso del tiempo mismo no sólo nos trae la natural renovación de la primavera y la fecundidad de un verano terrenal, sino también la fecundidad espiritual e interior de la gracia.

La liturgia hace que el mismo paso del tiempo santifique nuestras vidas, pues cada nueva estación renueva un aspecto del gran Misterio de Cristo vivo y presente en Su Iglesia. Cada nueva fiesta nos llama la atención hacia la gran verdad de su presencia en medio de nosotros, y nos muestra un aspecto diferente del misterio Pascual en nuestro mundo.

El ciclo litúrgico renueva nuestra redención en Cristo, y nos muestra que, aunque estemos captados en una batalla entre carne y espíritu, aunque seamos la Iglesia combatiente, la victoria ya es nuestra.

Para el creyente que vive en Cristo cada día nuevo renueva su participación en el misterio de Cristo. Cada día es un nuevo amanecer de la Luz de Cristo que no conoce poniente. Cada año es un año de salvación, un año de iluminación, un año de transformación.

La liturgia es la gran escuela de vida cristiana y la fuerza transformadora que vuelve a dar forma nuestras almas y a nuestros caracteres en la semejanza de Cristo.

Entrar en el ciclo litúrgico es participar en la gran obra de redención efectuada por el Hijo. “Liturgia” es “obra común”, una obra sagrada en que la Iglesia coopera con el divino Redentor reviviendo Sus misterios y aplicando sus frutos a toda la humanidad.

Es una obra en que la Iglesia colabora con el divino Redentor, renovando en sus altares los misterios sagrados que son la vida y la salvación del ser humano, pronunciando otra vez las palabras de vida que son capaces de salvar y transformar nuestras almas, volviendo a bendecir a los enfermos y a los poseídos, y predicando Su Evangelio a los pobres.

En la liturgia la Iglesia quiere que nos demos cuenta de que encontramos al mismo Cristo que iba por todas partes haciendo el bien, y que sigue presente en medio de nosotros dondequiera que nos reunamos dos o tres en Su nombre. Y nos encontramos con Él compartiendo Su vida y Su redención. Nos encontramos con Cristo para SER Cristo, y, con Él, salvar al mundo.

En cada misterio litúrgico, la Iglesia abraza la historia entera de la salvación, mientras que concentra su atención, por ahora, en un momento determinado de esa historia.

En todo misterio litúrgico tenemos esa superposición del tiempo y la eternidad, de lo universal y lo personal. Cristo, en Su infinita grandeza, abraza todas las cosas, las divinas y las humanas, las espirituales y las materiales, las antiguas y las nuevas, las grandes y las pequeñas, y en la liturgia se hace Él mismo todas las cosas para todos los hombres y se hace todo en todo".

Tomado de: Tiempos de celebración
(Resumen del capítulo: El tiempo y la liturgia)

THOMAS MERTON Y MARÍA (2)

 

"En las páginas finales de su diario premonástico escribe haber dedicado el Adviento de 1941 a la Santísima Virgen para pedirlre que le ayudara a entrar en Gethsemani, y  los diarios monásticos de la década siguiente están llenos de oraciones y reflexiones que expresan la intensidad sostenida de su devoción a María

Por ejemplo, en la festividad de la Visitación de 1947 comenta que María le visita, aportando a su vida salud y luz. Tras ser ordenado diácono en 1949, escribe que "María a tomado posesión de mi corazón... Ella me fue dada con el libro de los evangelios, que, como ella, da al mundo a Cristo. Me pregunto qué he hecho toda mi vida sin descansar en su corazón, que es el Corazón de toda sencillez". Aunque la intensidad y la frecuencia de las referencias a María en su diario decrecen con los años, siguen presentes y mantienen su relevancia. 

En diciembre de 1959, en medio de sus recurrentes crisis de vocación, escribe: "Esperanza en Nuestra Señora. Hoy en misa he pensado:Si tengo a María, lo demás no importa. Pero sí importa, porque este deseo de soledades parte de mi amor a ella, de su voluntad para mí". 

A principios de 1965, año en que pasará a vivir de modo permanente en la ermita  llamada Our Lady of Carmel (Nuestra Señora del Carmelo), escribe sobre la presencia importante pero inaprensible de María en la ermita, añadiendo: "La necesito y ahí está. Quizás debería pensar en ello de forma más explícita y más a menudo". Un año después, al día siguiente de la fiesta de la Presentación, escribe acerca de rezar a María tras la misa, de reconocer la "enorme importancia" que ella tiene en su vida y de volver a consagrarse a ella: "Tengo gran necesidad de pertenecer a ella", escribe, declaración que es un eco de declaraciones muy anteriores, si bien ahora se centra en el misterio de lo que significa realmente esta autoentrega. 

En medio de su intensa relación con la enfermera, incluso agradece a María "la pura gratuidad de este amor. Casi un año después, en la vigilia de Pentecostés de 1967, habla de este "sentimiento de la cercanía y misericordia de María" en el contexto de las noticias de apariciones (de la Virgen) en Garabandal (España), que considera "verdaderas en su mayor parte" y llamadas que se le hacen para un arrepentimiento más profundo".

Tomado de: Diccionario de Thomas Merton

lunes, 20 de febrero de 2023

TRANSFIGURACIÓN: SOMOS UN MISTERIO DE LUZ

El siguiente texto forma parte de la reflexión de Pablo de Ors (Biografía de la luz) sobre el pasaje de la Transfiguración, en Mt 17, 1-9; Lc 9, 28b-36.

"Lo primero es la llamada de Jesús, quien en su día escogió a Pedro, Juan y Santiago, entre sus discípulos, y que ahora sigue llamando a otros, quizá también a ti. La vocación es personal, única e intransferible: resuena en la propia conciencia e invita a una relación. Que sea personal no significa, desde luego, que no sea también universal. Que Dios llame a algunos en particular no significa que no estemos todos llamados a contemplar y a compartir, a experimentar y a expresar. Cada cual según su capacidad, pero nadie queda excluido de la llamada de la Montaña; basta escuchar su voz y secundarla

Esta llamada al Tabor (nombre que no aparece en el evangelio, pues se trata de una localización posterior de la tradición) es para llevar a los discípulos aparte. Jesús les separa del resto. Se trata, en principio, de una segregación, si bien con vistas a una posterior congregación. Jesús les conduce a un monte alto, que es en todas las religiones el lugar por excelencia de la presencia de Dios: la geografía espiritual por antonomasia. Si el desierto es el ámbito de la prueba o tentación – el lugar en que se lucha contra los propios demonios – , la montaña – a la que hay que subir para apartarse de lo terrenal y para respirar un aire más puro – es el de la revelación. ¿Y cómo es esa revelación o encuentro con Dios? Es una transfiguración. Es un encuentro que sucede mientras (Jesús) oraba, es decir, que la transfiguración es lo que acontece en la oración. Gracias a la oración, esta experiencia de Dios llega ahora al cuerpo y al corazón. Lo divino no interviene sin nuestra colaboración: pide nuestra disposición de apertura para poder entrar. 

Pero no es que Jesús se transfigurase sólo en ese momento concreto. La transfiguración es más bien el estado habitual de su ser, es sólo que ahora, en ese monte del Tabor, los discípulos lo pueden ver. Se hacen cargo por fin de lo que tienen delante. Como todos los milagros, también éste de la transfiguración tiene algunos signos que lo acreditan: el rostro de Jesús cambió – se nos dice – , y sus vestidos empezaron a brillar: lo que nos sucede por dentro se manifiesta por fuera. No se trata, evidentemente, de un espectáculo de luz y sonido, a modo de demostración: lo espiritual nunca es amigo de lo espectacular. Se trata, más bien, de cómo el espíritu incide en la carne, de cómo la estigmatiza. Como es visible en los grandes santos, la práctica espiritual reblandece las facciones, las dulcifica y hasta las ilumina. No en vano el término «Dios» significa luz. La transfiguración, por tanto, no alude a un cambio de sustancia, sino de figura: en Jesús no se ha producido aquí una transformación en lo esencial, sino sólo en lo aparente. Lo que se quiere resaltar es que es en la carne de Jesús donde se manifiesta la gloria de Cristo. Que es en lo profano donde, paradójicamente, podemos hallar lo sagrado. Que nuestra naturaleza original es un diamante, y que hay ocasiones – místicas – en las que se nos concede poder verlo. 

Una persona transfigurada es alguien que ha «visto» y que, por eso, ha comprendido. La comprensión es fruto de una visión, es la visión la que te transfigura. Pero esto no es un privilegio de unos cuantos iluminados, sino que todos participamos de esta identidad transfigurada. Nosotros somos un misterio de luz; es sólo que no lo vemos, que necesitamos escuchar la llamada al monte para descubrirlo. Descubrirlo supone superar la pesadilla de la separación en que vivimos, darnos cuenta de que formamos un todo y de que estamos a su servicio. Así que la llamada a la montaña es a descubrir nuestra naturaleza original, nuestro verdadero ser. Esa naturaleza, ese Ser, se refleja en Jesucristo de manera excepcional. Él es para sus discípulos el mejor espejo de su propia identidad. Él les recuerda quiénes son ellos mismos y les invita a que sean «un espejo del ser» para los demás. 

De modo que lo que se llama «gloria de Dios» nada tiene que ver con lo que se entiende por gloria humana: cetros, coronas, fama, honores, poderío… Todo eso no es más que la gran tentación, la gran tergiversación. Nuestras ideas religiosas en general y, en particular, la de un Dios omnipotente, son casi siempre lo que mayormente nos impide comprender a Jesús. Lo que él enseñó, por el contrario, es que hemos de deshacernos de la escoria de nuestro falso yo para descubrir el oro puro de nuestro verdadero ser. Tantas veces, sin embargo, seguimos esperando que Dios recubra de oropel o de purpurina la escoria que a menudo somos, confiando en que así todos caerán rendidos ante nuestro esplendor. La gran pregunta que el Tabor presenta es si aceptamos que es en la carne, débil y enfermiza, donde acaece el milagro de la luz. O si más bien preferimos seguir soñando con luces falsas y refulgentes, ajenas a nuestra condición humana, necesariamente frágil y mortal".

Pablo de Ors, Biografía de la luz

viernes, 17 de febrero de 2023

CUANDO LA MODERNIDAD LLEGA AL MONASTERIO...

"Mañana, revolución en Gethsemani. Por primera vez en un siglo va a introducirse la costumbre de que cada uno se afeite individualmente. El padre prior ha de darnos brochas, maquinillas de afeitar, barritas de jabón y (¡horror!) espejos. El padre abad ha recibido una carta de Our Lady of the Valley explicando todo lo relativo al afeitado. Se establece que nos rasuremos dos veces por semana. ¡Qué afeminamiento! Rascaremos y raparemos nuestras miserables barbillas, con lo que al fin tendremos una penitencia mayor, pero más rápida que la del afeitado con un aparato eléctrico común. Por lo menos no tendremos que estar sin hacer nada mientras esperaremos turno. 
Al parecer, en Europa los monjes se afeitan. A Dom Gabriel le sorprendió vernos tan peludos".

Thomas Merton, El signo de Jonás
14 de diciembre de 1948

LITÚRGIA Y CONTEMPLACIÓN

"La tradición cristiana primitiva y los escritores espirituales de la Edad Media no conocían ningún conflicto entre la oración «pública» y «privada», o entre la liturgia y la contemplación. Este es un problema moderno. Tal vez sería más preciso decir que es un pseudoproblema. La liturgia, por su propia naturaleza, tiende a prolongarse en la oración contemplativa individual, y la oración mental, a su vez, nos dispone al "culto litúrgico y a buscar la plenitud en él".

Thomas Merton, El clima de la oración monástica

viernes, 10 de febrero de 2023

SAN JUAN DE LA CRUZ EN THOMAS MERTON

En sus diarios de 1946 a 1952, publicados por Thomas Merton bajo el título de EL SIGNO DE JONÁS, se aprecia su cercanía a la espiritualidad carmelitana. Comparto algunos pasajes de ese libro: 

"Leo y releo a san Juan de la Cruz y me parece comprenderle, aunque las más elementales nociones que enseña no han arraigado en mi vida. Pero no importa, porque poco a poco penetrarán en ella. Y ese hecho –me refiero a mi ceguera– forma parte de esa pobreza que quiero amar para gloria de Dios. No debo actuar como si de alguna manera pudiera poseer el secreto de algún conocimiento o de alguna técnica para llegar a la posesión de Dios" (6 de junio de 1948).

"La semana pasada leí pasajes sobre Elías en el tercer Libro de los Reyes, cómo ocultó la cabeza y se cubrió el semblante cuando oyó que Dios le hablaba en un susurro. Profunda tranquilidad. Pero no soy pobre. Cuando leo el principio de la Subida del Monte Carmelo, comprendo que mi vida espiritual ni siquiera ha empezado aún. Para venir a saberlo todo no quieras saber algo en nada... Para venir a serlo todo no quieras ser algo en nada... Para venir a lo que no gustas has de ir por donde no gustas... La vida comienza de nuevo a cada momento. Amén" (24 de junio de 1948).

"Me parece que el paisaje es importante para la contemplación; en cualquier caso, no siento escrúpulos de que me guste. ¿No se escondía san Juan de la Cruz en una estancia de la torre de una iglesia, en la que había una pequeña ventana por la que podía ver el campo?" (2 de julio de 1948).


"Leo en las Cautelas de san Juan de la Cruz sus observaciones sobre la obediencia, y no deseo otra cosa que seguirlas y dejar que Dios me guíe por mediación de aquel a quien Él elija" (22 de agosto de 1948).

"En una carta de san Juan de la Cruz a las carmelitas de Beas (carta V), se hallan estas hermosas palabras: «Pues yo iré allá y verán cómo no me olvidaba, y veremos las riquezas ganadas en el amor puro y sendas de la vida eterna y los pasos hermosos que dan en Cristo, cuyos deleites y corona son sus esposas: cosa digna de no andar por el suelo rodando, sino de ser tomada en las manos de los ángeles y serafines, y con reverencia y aprecio la pongan en la cabeza de su Señor». Nadie nos ha escrito nunca a los trapenses una carta como ésa" (31 de octubre de 1948).

"El doctor Law habló a un grupo de monjes, en su mayoría confesores, y a los maestros de novicios. Los únicos no sacerdotes allí presentes éramos el hermano Zeno y yo. Las charlas versaron sobre psiquiatría y concluyeron en una discusión general acerca de si un novicio de inteligencia media podía leer a san Juan de la Cruz con provecho o, al menos, sin daño. No supe qué responder. Precisamente ahora los novicios están entregados a sus cantos y ya han empezado a decorar el monasterio para las Navidades. De todos modos, ¿quién dice que quieran leer a san Juan de la Cruz?" (30 de noviembre de 1948).

Tomado de: Thomas Merton, El signo de Jonás, DDB 2007




 

Ser parte de todo...

¡Oh Dios! Somos uno contigo. Tú nos has hecho uno contigo. Tú nos has enseñado que si permanecemos abiertos unos a otros Tú moras en nosotros. Ayúdanos a mantener esta apertura y a luchar por ella con todo nuestro corazón. Ayúdanos a comprender que no puede haber entendimiento mutuo si hay rechazo. ¡Oh Dios! Aceptándonos unos a otros de todo corazón, plenamente, totalmente, te aceptamos a Ti y te damos gracias, te adoramos y te amamos con todo nuestro ser, nuestro espíritu está enraizado en tu Espíritu. Llénanos, pues, de amor y únenos en el amor conforme seguimos nuestros propios caminos, unidos en este único Espíritu que te hace presente en el mundo, y que te hace testigo de la suprema realidad que es el amor. El amor vence siempre. El amor es victorioso. AMÉN.
-Thomas Merton-

Santidad es descubrir quién soy...

“Es cierto decir que para mí la santidad consiste en ser yo mismo y para ti la santidad consiste en ser tú mismo y que, en último término, tu santidad nunca será la mía, y la mía nunca será la tuya, salvo en el comunismo de la caridad y la gracia. Para mí ser santo significa ser yo mismo. Por lo tanto el problema de la santidad y la salvación es en realidad el problema de descubrir quién soy yo y de encontrar mi yo verdadero… Dios nos deja en libertad de ser lo que nos parezca. Podemos ser nosotros mismos o no, según nos plazca. Pero el problema es este: puesto que Dios solo posee el secreto de mi identidad, únicamente él puede hacerme quien soy o, mejor, únicamente Él puede hacerme quien yo querré ser cuando por fin empiece plenamente a ser. Las semillas plantadas en mi libertad en cada momento, por la voluntad de Dios son las semillas de mi propia identidad, mi propia realidad, mi propia felicidad, mi propia santidad” (Semillas de contemplación).

LA DANZA GENERAL.

"Lo que es serio para los hombres a menudo no tiene importancia a los ojos de Dios.Lo que en Dios puede parecernos un juego es quizás lo que El toma más seriamente.Dios juega en el jardin de la creación, y, si dejamos de lado nuestras obsesionessobre lo que consideramos el significado de todo, podemos escuchar el llamado de Diosy seguirlo en su misteriosa Danza Cósmica.No tenemos que ir muy lejos para escuchar los ecos de esa danza.Cuando estamos solos en una noche estrellada; cuando por casualidad vemos a los pajaros que en otoño bajan sobre un bosque de nísperos para descansar y comer; cuando vemos a los niños en el momento en que son realmente niños; cuando conocemos al amor en nuestros corazones; o cuando, como el poeta japonés Basho, oímos a una vieja ranachapotear en una solitaria laguna; en esas ocasiones, el despertar, la inversiónde todos los valores, la "novedad", el vacío y la pureza de visión que los hace tan evidentes nos dan un eco de la danza cosmica.Porque el mundo y el tiempo son la danza del Señor en el vacío. El silencio de las esferas es la música de un festín de bodas. Mientras más insistimos en entender mal los fenómenos de la vida, más nos envolvemos en tristeza, absurdo y desesperación. Pero eso no importa, porque ninguna desesperación nuestra puede alterar la realidad de las cosas, o manchar la alegría de la danza cósmica que está siempre allí. Es más, estamos en medio de ella, y ella está en medio de nosotros, latiendo en nuestra propia sangre, lo queramos o no".
Thomas Merton.

ORACIÓN DE CONFIANZA...

“Señor Dios mío, no tengo idea de hacia dónde voy. No conozco el camino que hay ante mí. No tengo seguridad de dónde termina. No me conozco realmente, y el hecho de que piense que cumplo tu voluntad, no significa que realmente lo haga. Pero creo que el deseo de agradarte te agrada realmente. Y espero tener este deseo en todo lo que estoy haciendo. Espero no hacer nunca nada aparte de tal deseo. Y sé que si hago esto, tú me llevarás por el camino recto, aunque yo no lo conozca. Por lo tanto, siempre confiaré en ti aunque parezca perdido y a la sombra de la muerte. No temeré, pues tú estás siempre conmigo y no me dejarás que haga frente solo a mis peligros

Para intercambiar comentarios sobre Thomas Merton y otros maestros contemporaneos del espíritu.