"Para comprender la actitud del cristiano y de la Liturgia respecto al tiempo debemos tener una profunda comprensión de la esperanza cristiana y la confianza cristiana. Fundamentalmente, el cristiano está en paz con el tiempo porque está en paz con Dios.
El tiempo para el cristiano es la esfera de su espontaneidad, un don sacramental que puede permitir a su libertad que se despliegue en alegría, en el virtuosismo creativo de elección que siempre tiene la bendición de la plena conciencia de que Dios quiere que sus hijos sean libres, de que se siente glorificado porque sean libres.
Para el cristiano, el tiempo ya no es el devorador de todas las cosas. El culto cristiano está en paz con el tiempo porque el transcurso de tiempo ya no le importa al cristiano, cuya vida está “escondida con Cristo en Dios”.
La liturgia acepta la imagen arquetípica y natural de un “tiempo sagrado”, un tiempo primordial que se reitera misteriosamente y que está presente en el mismo corazón del tiempo secular. Donde quiera que se proclama el Evangelio en la Liturgia, empieza con la fórmula “en aquel tiempo”, y la formula, de hecho, destruye el paso del tiempo, anula todo el tiempo que ha pasado desde entonces, pues en la liturgia el entonces de las acciones salvíficas de Cristo es “ahora” en el misterio redentor de la oración de la Iglesia. El tiempo es transformado por la bendición y la oración de la Iglesia.
El tiempo, que ahora está encerrado entre los dos advenimientos de Cristo, ha sido reclamado por Dios como Suyo. La redención es una realidad siempre presente, viva y eficaz, que penetra las profundidades más íntimas de nuestro ser por la palabra de salvación y el misterio de fe.
Cristo ha aferrado el tiempo y lo ha santificado, dándole un carácter sacramental, haciéndolo signo eficaz de nuestra unión con Dios. Para el hombre en Cristo el ciclo de las estaciones es algo enteramente nuevo. Se ha convertido en un ciclo de salvación. El año no es simplemente un año más, es el año del Señor, un año en que el paso del tiempo mismo no sólo nos trae la natural renovación de la primavera y la fecundidad de un verano terrenal, sino también la fecundidad espiritual e interior de la gracia.
La liturgia hace que el mismo paso del tiempo santifique nuestras vidas, pues cada nueva estación renueva un aspecto del gran Misterio de Cristo vivo y presente en Su Iglesia. Cada nueva fiesta nos llama la atención hacia la gran verdad de su presencia en medio de nosotros, y nos muestra un aspecto diferente del misterio Pascual en nuestro mundo.
El ciclo litúrgico renueva nuestra redención en Cristo, y nos muestra que, aunque estemos captados en una batalla entre carne y espíritu, aunque seamos la Iglesia combatiente, la victoria ya es nuestra.
Para el creyente que vive en Cristo cada día nuevo renueva su participación en el misterio de Cristo. Cada día es un nuevo amanecer de la Luz de Cristo que no conoce poniente. Cada año es un año de salvación, un año de iluminación, un año de transformación.
La liturgia es la gran escuela de vida cristiana y la fuerza transformadora que vuelve a dar forma nuestras almas y a nuestros caracteres en la semejanza de Cristo.
Entrar en el ciclo litúrgico es participar en la gran obra de redención efectuada por el Hijo. “Liturgia” es “obra común”, una obra sagrada en que la Iglesia coopera con el divino Redentor reviviendo Sus misterios y aplicando sus frutos a toda la humanidad.
Es una obra en que la Iglesia colabora con el divino Redentor, renovando en sus altares los misterios sagrados que son la vida y la salvación del ser humano, pronunciando otra vez las palabras de vida que son capaces de salvar y transformar nuestras almas, volviendo a bendecir a los enfermos y a los poseídos, y predicando Su Evangelio a los pobres.
En la liturgia la Iglesia quiere que nos demos cuenta de que encontramos al mismo Cristo que iba por todas partes haciendo el bien, y que sigue presente en medio de nosotros dondequiera que nos reunamos dos o tres en Su nombre. Y nos encontramos con Él compartiendo Su vida y Su redención. Nos encontramos con Cristo para SER Cristo, y, con Él, salvar al mundo.
En cada misterio litúrgico, la Iglesia abraza la historia entera de la salvación, mientras que concentra su atención, por ahora, en un momento determinado de esa historia.
En todo misterio litúrgico tenemos esa superposición del tiempo y la eternidad, de lo universal y lo personal. Cristo, en Su infinita grandeza, abraza todas las cosas, las divinas y las humanas, las espirituales y las materiales, las antiguas y las nuevas, las grandes y las pequeñas, y en la liturgia se hace Él mismo todas las cosas para todos los hombres y se hace todo en todo".
Tomado de: Tiempos de celebración
(Resumen del capítulo: El tiempo y la liturgia)
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