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viernes, 30 de septiembre de 2022

ORAR CON LA BIBLIA

Para cerrar el mes de la Biblia
, hoy, memoria litúrgica de San Jerónimo, autor de la versión de la Sagrada Escritura más utilizada por el pueblo católico (La Vulgata), hemos querido tener un rato para hablar sobre, e invitar a usar, la Biblia, como camino para un encuentro más íntimo con Dios en nuestra vida.

Seguramente todos tenemos la Biblia en nuestra casa, pero no se trata tanto de tenerla, como de conocerla, usarla, manejarla, para orar. A lo largo de la historia el pueblo católico no ha usado siempre, ni ha tenido a mano la Biblia, para consultarla, para leerla, para orar con ella. La reforma protestante iniciada por Martín Lutero tuvo como uno de sus elementos más significativos el poner en manos del pueblo la Sagrada Escritura en su propia lengua; porque hasta ese momento solo estaba en latín, lengua que el pueblo ya no conocía.

Frente al catolicismo, atado en ese momento a muchos ritos y creencias sobreañadidos, como eran el tema de las reliquias, de las indulgencias, la nueva corriente religiosa que dividió a la iglesia propugnaba la “Sola Escritura”, el volver a la Biblia; la reacción de la iglesia católica, recogida en el Concilio de Trento, fue reafirmar lamentablemente la distancia del pueblo llano con el texto bíblico. Por esta razón, y otras más complejas, los católicos llegamos con retraso a la aceptación de un enfoque crítico moderno del Nuevo Testamento y de la Escritura en general.

Gracias a Dios las cosas han cambiado y el Concilio Vaticano II en su documento Dei Verbum habla de los dos pilares o fundamentos sobre los cuales se asienta la fe de la iglesia: la Sagrada Escritura y la Tradición, que se necesitan y alimentan mutuamente. Desde entonces se ha promovido con insistencia el uso de la Biblia, que ya está al alcance de todos, se dan cursos bíblicos, pero aún nos falta mucho por conocer, aún no es un hábito constante el acudir a la Biblia, el leerla y releerla una y otra vez. No solo para conocer, sino para imbuirnos de Dios, para que el entorno de nuestra vida cristiana sea un entorno bíblico; porque en la Biblia está la raíz de lo que creemos y somos como cristianos.

Así lo expresa el Concilio: “El Santo Sínodo recomienda insistentemente a todos los fieles, especialmente a los religiosos, la lectura asidua de la Escritura para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo. Acudan de buena gana al texto mismo: en la liturgia, tan llena del lenguaje de Dios; en la lectura espiritual... Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras” (#25, DV).

Una vez dicho esto, vamos entonces a recordarles una forma de orar que inauguraron los monjes cristianos en los primeros siglos de la iglesia, y que conocemos como la Lectio divina. Esta forma de orar es eminentemente contemplativa y nos ayuda a interiorizar el texto bíblico, a dejarnos leer y transformar por él.

El principal objetivo de la lección divina, además de la unión y la comunión con Dios, es una asimilación de la verdad Sagrada y una vida vivida de acuerdo con esta verdad; es decir que no solo se trata de conocer, sino también de cómo vivir las palabras de la Escritura: se mastican, se digieren, se rumian, hasta convertirlas en parte de uno mismo.

Son 4 los pasos de la Lectio divina: la lectura, la meditación, la oración y la acción (o contemplación).

En la primera, la lectura, nos preguntamos: ¿Qué dice el texto? A veces los textos de la Biblia nos resultan difíciles de entender, porque no manejamos el contexto en que se escribió, ni el género literario al que dicho texto pertenece. Por eso aunque no forma parte de la Lectio en sí (no es un ejercicio intelectual), es importante que tengamos elementos fundamentales de exégesis bíblica, y para ello pueden ayudarnos las introducciones de los libros que aparecen en la Biblia que tenemos y las notas a pie de página en las ediciones más pastorales, donde encontramos incluso explicaciones sobre diferentes temas que nos pueden ayudar en nuestra comprensión de lo que leemos.

Este primer paso puede necesitar, no de una, sino de varias lecturas, una seguida de la otra, despacio, pronunciando cada palabra o cada frase, no solamente con la mente también con la boca, para que el cuerpo también participe de ese momento.

Luego llegamos al segundo paso, la meditación en la que pasamos de ¿Qué dice el texto? a ¿Qué me dice a mí el texto? ¿Qué llama mi atención?, y aquí recordemos, aunque es obvio, que en lo que hacemos está obrando el Espíritu, porque confiando en él nos llevará a donde debemos ir, y nos enseñará lo que necesitamos ver en ese momento. Puede ser una palabra, una frase, una oración, una idea en particular; algo que me atrae o que me repele de manera significativa. A veces lo que leemos nos resulta chocante y lo rechazamos de entrada; ahí es donde más debemos insistir. Recordemos que la idea de descubrir a Dios va a la par del descubrirnos a nosotros mismos.

El tercer paso de la Lectio divina es la oración: ¿Qué quiero decirle a Dios, partiendo de este texto? Ahora que lo he leído y lo he reflexionado puedo entablar un diálogo con él. Recordemos que eso es la oración según Santa Teresa: tratar con Dios, tratar muchas veces, tratar de amistad. Aquí en esta oración hablamos con el texto bíblico, usamos sus palabras y sus frases, dialogamos acerca de él, nos ponemos en esa situación o nos descubrimos en ella; pero también damos gracias a Dios por llevarnos a ese momento, por mostrarnos su voluntad a través de la escritura. Oración no es solo presentarle problemas a Dios, sino también alabarle, darle gracias.

Y finalmente, el cuarto momento sería la acción o la contemplación, en dependencia de cuándo y cómo estamos haciendo este ejercicio espiritual. Nos podemos preguntar qué diferencia puede implicar este texto en mi forma de actuar o de vivir, a qué me convoca, qué desafío me plantea a mí como persona o como cristiano, o como laico que ejerce un ministerio en mi comunidad, o como miembro de una familia o una comunidad.

La oración no solo te acerca a Dios, sino que mueve tu vida hacia delante; si Dios está en ti, Dios te impulsa siempre a vivir

En determinados momentos y circunstancias este cuarto paso puede ser también pasar al silencio, recogernos y escuchar, dejar que Dios nos hable también en ese momento, en el eco de lo que hemos estado haciendo antes. 

Recordemos que durante mucho tiempo después del Concilio en la iglesia se manejó una forma de examinar la realidad y tratar de transformarla en tres pasos o acciones: ver, juzgar, actuar. Esto tiene también de fondo como inspiración la Lectio divina; cuando uno busca Dios es porque ya Dios lo busca a uno; cuando uno se deja buscar y deja a Dios ser Dios, entonces el espíritu que habita en nosotros nos permite adentrarnos en el misterio de su palabra y de la vida divina. Y lo más importante: ese encuentro cotidiano con Dios y su Palabra nos va transformando para ser cada día más imagen de Cristo, reflejo de Cristo, presencia de Cristo en el mundo.

Algunas ideas finales que pueden ayudarnos en la lectura bíblica:

1- La Biblia es la historia del diálogo de Dios con los hombres en la vida; es la obra de un pueblo, es el conjunto de libros inspirados.

2- Es necesario distinguir siempre un sentido literal y un sentido espiritual cuando leemos la Biblia.

3- Es necesario leer la Biblia con el mismo Espíritu con el que fue escrita; sin la ayuda de ese Espíritu no podemos comprender ni alcanzar el verdadero y pleno sentido de la Escritura.

4- Siempre ha de leerse la Biblia teniendo en cuenta: el contenido y unidad de toda la Escritura, la tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe.

5- El lugar privilegiado para la relectura es el de los pobres, donde el mensaje salvífico y liberador aparece en todas sus exigencias y posibilidades.

6- La lectura de la Biblia nos implica en un proceso de conversión evangélica, para entender el mensaje de Cristo, que pone en el centro al ser humano y al amor como ley suprema.

7- La Biblia nació de la vida de un pueblo y se relee mejor comunitariamente y en contacto con la vida.

Fray Manuel de Jesús, ocd

sábado, 17 de septiembre de 2022

POLÍTICA Y TRASCENDENCIA

"Hay un vínculo sano entre política y trascendencia, una sana coexistencia que conserve los ámbitos diferenciados. Distinción, no confusión ni separación. «No» a la confusión, por el bien del ser humano, que necesita, como el águila, un cielo libre para volar, un espacio libre y abierto al infinito que no esté limitado por el poder terreno. Por otro lado, una trascendencia que no debe ceder a la tentación de transformarse en poder, pues de otro modo el cielo caería sobre la tierra, el «más allá» divino quedaría atrapado en el hoy terreno, el amor al prójimo en elecciones partidistas. Por lo tanto, «no» a la confusión. Pero también «no» a la separación entre política y trascendencia, ya que las más altas aspiraciones humanas no pueden ser excluidas de la vida pública y relegadas al mero ámbito privado. Por eso, quien desee expresar de manera legítima su propio credo, que sea amparado siempre y en todo lugar. ¡Cuántas personas, en cambio, aún hoy son perseguidas y discriminadas por su fe! Es necesario comprometerse para que la libertad religiosa no sea un concepto abstracto, sino un derecho concreto. Defendamos para todos, el derecho a la religión, a la esperanza, a la belleza, al cielo. Porque cada ser humano, cada hombre y cada mujer, en su singularidad irrepetible, si entra en relación con lo divino, puede irradiar una luz particular sobre la tierra”. 

(Francisco).

viernes, 16 de septiembre de 2022

DIMENSIÓN CONTEMPLATIVA DEL CAMINO CRISTIANO

"La misión del contemplativo en este mundo de conflicto masivo y de sinrazón colectiva es buscar el verdadero camino de la unidad y de la paz sin sucumbir al engaño de refugiarse en un ámbito de abstracciones del que las realidades desagradables quedan excluidas por la mera fuerza de la voluntad. Al confrontar el mundo de una forma completamente diferente, mantiene vivo en el mundo la presencia de una conciencia espiritual e inteligente que es la raíz de la verdadera paz y de la genuina unidad entre los hombres. Esta conciencia ciertamente acepta el hecho de una existencia empírica e individual pero rehúsa tomarla como la realidad básica. 

La realidad básica no es ni el yo individual y empírico ni una entidad ideal o abstracta que tan solo puede existir en la razón. La realidad básica es el propio ser, que es uno en todos los existentes concretos, que se comparte a sí mismo con ellos, y que se manifiesta a través de ellos. La meta del contemplativo es, en su nivel más bajo, el reconocimiento de este esplendor del ser y la unidad, un esplendor en el que él es uno con todo cuanto es. Pero en un nivel todavía más alto, es la base trascendente y la fuente de todo ser, el así llamado no ser y vacío porque está más allá de toda definición y limitación. Esta base y fuente no es simplemente un vacío inerte y pasivo, sino que para el cristiano es puro acto, pura libertad, pura luz. El vacío que es «puro ser» es la luz de Dios que, como dice el Evangelio de san Juan, «ilumina a todo hombre que viene a este mundo».


Específicamente, el Evangelio considera a todo ser surgiendo del Padre, Dios, en su Palabra, que es la luz del mundo. «En ella (la Palabra) estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron» (Juan 1,4-5). Ahora muy a menudo las preocupaciones generalmente activas y éticas de los cristianos les hacen olvidarse de esta dimensión más contemplativa del camino cristiano. Tan activa ha sido, de hecho, la faz presentada por el cristianismo al mundo asiático que el elemento contemplativo oculto del cristianismo ni siquiera es sospechado por los asiáticos. Pero sin la raíz profunda de la sabiduría y la contemplación, la acción cristiana no tendría sentido ni propósito. El cristiano no es, pues, simplemente un hombre de buena voluntad, comprometido con un cierto conjunto de creencias, con una concepción dogmática definida del universo, del hombre y de la razón de la existencia humana. No es simplemente alguien que sigue un código moral de hermandad y benevolencia con un énfasis marcado sobre algunas recompensas y castigos de los que se hace acreedor el individuo. Lo que subyace al cristianismo no es sencillamente un conjunto de doctrinas sobre Dios, que mora en lo remoto del cielo, y sobre el hombre, luchando sobre la tierra, lejos del cielo, para apaciguar al Dios distante por medio de sus actos virtuosos. Por el contrario, los propios cristianos con frecuencia no se dan cuenta de que el Dios infinito mora en ellos, de que Él está en ellos y ellos en Él. No se dan cuenta de la presencia de la fuente infinita del ser en medio del mundo y de los hombres. La verdadera sabiduría cristiana se orienta, por tanto, a la experiencia de la Luz divina que está presente en el mundo, la Luz en la que todas las cosas existen y que, sin embargo, es desconocida al mundo porque ninguna mente puede ver o comprender su infinidad. «En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa y los suyos no la recibieron» (Juan 1,10-11).

Thomas Merton
Del prefacio a la edición japonesa de Semillas de contemplación , Marzo de 1965

EL SILENCIO DE DIOS

"Dios no resuelve los problemas del mundo, tampoco los explica. La pregunta por el mal sigue sin respuesta. Pero eso no significa en absoluto que se desentienda o que huya de ellos, sino más bien – y esto es la fe – que los mira silenciosa y amorosamente. ¿Los mira? En efecto, ante el grito humano, Dios no ofrece teorías ni soluciones, sino una (discreta) presencia de amor que nos responsabiliza y pone en acción. En ese sentido, cabría decir que la humanidad es la meditación de Dios

Quienes meditamos estamos llamados a asumir ante el dolor del mundo la misma actitud que, según esto, asume el propio Dios: el silencio, que es la otra cara del grito. El silencio que escucha el grito. El silencio que permite que ese grito llegue a las entrañas. Porque sólo de esa escucha – de esa amorosa contemplación del grito – puede brotar la verdadera redención. Un buscador espiritual nunca resolverá intelectualmente este problema del silencio de Dios, pero lo disolverá entrando meditativamente en él. Ser contemplativo es haber comprendido que el silencio es la gran revelación, la respuesta al dolor, la puerta de la luz. Que el silencio no está ahí para ser comprendido, sino para que nos sumerjamos en él hasta descubrir el tesoro que esconde. La palabra se niega a sí misma para que se escuche de dónde nace y adónde apunta. El silencio es la forma más discreta, paradójica e intensa del misterio de la salvación".

Pablo de Ors, Biografía de la luz

sábado, 10 de septiembre de 2022

VIDA EN CRISTO (2)

"Al vivir en mí, Cristo es al mismo tiempo Él mismo y Yo mismo. Desde el momento en que me uno a Él "en un solo espíritu" acaba la contradicción implícita en el hecho de que seamos personas diferentes. Natural y físicamente, Él continúa como Hijo de Dios nacido de la Virgen bendita en Nazaret, que hizo el bien y murió en la cruz hace dos mil años. Yo persisto como la persona singular que soy. Pero mística y espiritualmente Cristo vive en mí desde el momento en que me uno a Él en su muerte y Resurrección, por el sacramento del Bautismo y por todas las instancias y episodios de una vida cristiana. Esta unión no es sólo un vínculo moral o un acuerdo de voluntades, ni siquiera un nexo psicológico que fluye desde el hecho de que lo mantengo en mis pensamientos. Místicamente, Cristo identifica a sus miembros consigo mismo al darles su Espíritu Santo".

Thomas Merton
El hombre nuevo

lunes, 5 de septiembre de 2022

SOLEDAD COMO ACCIÓN

"Soledad como acción: la razón por la cual nadie comprende realmente la soledad, o se molesta en tratar de comprenderla, es que ella –la soledad– parece no ser otra cosa que una condición, algo a lo que uno elige someterse, como quien se pone debajo de una ducha de agua fría. De hecho, la soledad es una realización, una actualización, incluso un tipo de creación, a la vez que una liberación de fuerzas activas dentro de nosotros, fuerzas de las que no podemos apropiarnos en exclusividad y que, sin embargo, son más nuestras que lo que parece ser «nuestro». Como simple condición, la soledad puede ser pasiva, inerte y básicamente irreal: una especie de estado de coma permanente. Hay que actuar para mantenerse fuera de esta condición. Hay que trabajar activamente en la soledad, no solo poniendo vallas alrededor de uno mismo, sino destruyendo todas las vallas y arrojando lejos todos los disfraces, hasta llegar a la raíz desnuda del deseo más íntimo de uno mismo, que es el deseo de libertad-realidad. Liberarse de la ilusión que crea la realidad cuando nuestra relación con ella no es la adecuada, y ser real en la libertad que la realidad nos ofrece cuando nuestra relación con ella es la adecuada. 

De ahí la necesidad de disciplina, de un cierto tipo de técnica de integración que mantenga unidos cuerpo y alma, armonice los poderes respectivos de uno y otra, los haga marchar en profunda sintonía, oriente al ser en su totalidad hacia sus raíces. La necesidad de un «camino» o «vía». Presencia, invocación, mantra, concentración, vacío: todos estos son aspectos de una soledad realizada. El mero estar solo no es nada. O, como mucho, tan solo es una posibilidad. Antes o después, quien se limita a estar solo, o bien se autodestruye o desaparece. 


La «vida activa» puede convertirse, de hecho, en la vida más pasiva: simplemente lo llevan a uno, lo arrastran, lo apalean, le hacen ir de un lugar para otro. La ilusión más desesperada y la más común es precisamente la de arrojarse en medio de la masa que está en movimiento y ser arrastrado con ella: ser parte de la corriente del tráfico que no lleva a ninguna parte, pero tiene una meta fingida. Contra esto me rebelo yo. Y porque me rebelo, mi vida debe asumir al principio un aspecto de total carencia de significado: la venganza del superyó social. La percepción del absurdo. La libertad empieza con la plena aceptación del absurdo: la buena disposición a comprender y experimentar la propia vida como totalmente absurda en relación con el significado aparente que la sociedad, la ilusión, le han atribuido a la vida. Pero la experiencia de esta absurdidad es tan solo, de nuevo, una posibilidad, un simple punto de partida para una comprensión más profunda: la comprensión de esa realidad radical en mí mismo y en toda vida, realidad que ni conozco de hecho, ni puedo conocer. Esto implica la capacidad de percibir la diferencia que existe entre comprender y conocer. En la comprensión, la realidad que uno capta, o por la que uno es captado, se actualiza en uno mismo, y uno se convierte en lo que comprende, uno es lo que uno comprende. Conocer es simplemente una manera de certificar que algo es objetivamente verificable, independientemente de que uno se moleste por verificarlo de hecho o no. Así, pues, comprensión no es verificación, sino captación de la «esencia» de algo. La soledad es necesaria para esta percepción de la «esencia» y representa, por otra parte, la plenitud de la comprensión. En la soledad llego a ser plenamente capaz de comprender aquello que no puedo conocer. 


¿Qué puede enseñar a los demás el hombre solitario y absurdo?
Simplemente, que ser solitario y absurdo no son cosas que haya que temer. Sin embargo, estas son precisamente las dos cosas que todo el mundo teme: todos empleamos nuestro tiempo en tranquilizarnos a nosotros mismos diciéndonos que tenemos razón, que no somos ridículos, que somos aceptables, deseables, valiosos, y que nunca tendremos que vernos como seres realmente solos. En otras palabras, nos zambullimos en la corriente tranquilizadora de ilusiones que crea toda la otra gente que es como nosotros. Un gran trabajo común, una liturgia en la que todo el mundo se pone de acuerdo públicamente para afirmar que en estos términos todo es real y tiene sentido. Tales términos no son, sin embargo, satisfactorios. Secretamente, todo el mundo sigue siendo absurdo y estando solo. Pero lo cierto es que nadie se atreve a enfrentarse a este hecho. Sin embargo, plantarle cara a esta situación es el requisito absolutamente esencial para empezar a vivir libremente

Thomas Merton, Diarios (20/junio/66)

Ser parte de todo...

¡Oh Dios! Somos uno contigo. Tú nos has hecho uno contigo. Tú nos has enseñado que si permanecemos abiertos unos a otros Tú moras en nosotros. Ayúdanos a mantener esta apertura y a luchar por ella con todo nuestro corazón. Ayúdanos a comprender que no puede haber entendimiento mutuo si hay rechazo. ¡Oh Dios! Aceptándonos unos a otros de todo corazón, plenamente, totalmente, te aceptamos a Ti y te damos gracias, te adoramos y te amamos con todo nuestro ser, nuestro espíritu está enraizado en tu Espíritu. Llénanos, pues, de amor y únenos en el amor conforme seguimos nuestros propios caminos, unidos en este único Espíritu que te hace presente en el mundo, y que te hace testigo de la suprema realidad que es el amor. El amor vence siempre. El amor es victorioso. AMÉN.
-Thomas Merton-

Santidad es descubrir quién soy...

“Es cierto decir que para mí la santidad consiste en ser yo mismo y para ti la santidad consiste en ser tú mismo y que, en último término, tu santidad nunca será la mía, y la mía nunca será la tuya, salvo en el comunismo de la caridad y la gracia. Para mí ser santo significa ser yo mismo. Por lo tanto el problema de la santidad y la salvación es en realidad el problema de descubrir quién soy yo y de encontrar mi yo verdadero… Dios nos deja en libertad de ser lo que nos parezca. Podemos ser nosotros mismos o no, según nos plazca. Pero el problema es este: puesto que Dios solo posee el secreto de mi identidad, únicamente él puede hacerme quien soy o, mejor, únicamente Él puede hacerme quien yo querré ser cuando por fin empiece plenamente a ser. Las semillas plantadas en mi libertad en cada momento, por la voluntad de Dios son las semillas de mi propia identidad, mi propia realidad, mi propia felicidad, mi propia santidad” (Semillas de contemplación).

LA DANZA GENERAL.

"Lo que es serio para los hombres a menudo no tiene importancia a los ojos de Dios.Lo que en Dios puede parecernos un juego es quizás lo que El toma más seriamente.Dios juega en el jardin de la creación, y, si dejamos de lado nuestras obsesionessobre lo que consideramos el significado de todo, podemos escuchar el llamado de Diosy seguirlo en su misteriosa Danza Cósmica.No tenemos que ir muy lejos para escuchar los ecos de esa danza.Cuando estamos solos en una noche estrellada; cuando por casualidad vemos a los pajaros que en otoño bajan sobre un bosque de nísperos para descansar y comer; cuando vemos a los niños en el momento en que son realmente niños; cuando conocemos al amor en nuestros corazones; o cuando, como el poeta japonés Basho, oímos a una vieja ranachapotear en una solitaria laguna; en esas ocasiones, el despertar, la inversiónde todos los valores, la "novedad", el vacío y la pureza de visión que los hace tan evidentes nos dan un eco de la danza cosmica.Porque el mundo y el tiempo son la danza del Señor en el vacío. El silencio de las esferas es la música de un festín de bodas. Mientras más insistimos en entender mal los fenómenos de la vida, más nos envolvemos en tristeza, absurdo y desesperación. Pero eso no importa, porque ninguna desesperación nuestra puede alterar la realidad de las cosas, o manchar la alegría de la danza cósmica que está siempre allí. Es más, estamos en medio de ella, y ella está en medio de nosotros, latiendo en nuestra propia sangre, lo queramos o no".
Thomas Merton.

ORACIÓN DE CONFIANZA...

“Señor Dios mío, no tengo idea de hacia dónde voy. No conozco el camino que hay ante mí. No tengo seguridad de dónde termina. No me conozco realmente, y el hecho de que piense que cumplo tu voluntad, no significa que realmente lo haga. Pero creo que el deseo de agradarte te agrada realmente. Y espero tener este deseo en todo lo que estoy haciendo. Espero no hacer nunca nada aparte de tal deseo. Y sé que si hago esto, tú me llevarás por el camino recto, aunque yo no lo conozca. Por lo tanto, siempre confiaré en ti aunque parezca perdido y a la sombra de la muerte. No temeré, pues tú estás siempre conmigo y no me dejarás que haga frente solo a mis peligros

Para intercambiar comentarios sobre Thomas Merton y otros maestros contemporaneos del espíritu.