Seguramente todos tenemos la Biblia en nuestra casa, pero no se trata tanto de tenerla, como de conocerla, usarla, manejarla, para orar. A lo largo de la historia el pueblo católico no ha usado siempre, ni ha tenido a mano la Biblia, para consultarla, para leerla, para orar con ella. La reforma protestante iniciada por Martín Lutero tuvo como uno de sus elementos más significativos el poner en manos del pueblo la Sagrada Escritura en su propia lengua; porque hasta ese momento solo estaba en latín, lengua que el pueblo ya no conocía.
Frente al catolicismo, atado en ese momento a muchos ritos y creencias sobreañadidos, como eran el tema de las reliquias, de las indulgencias, la nueva corriente religiosa que dividió a la iglesia propugnaba la “Sola Escritura”, el volver a la Biblia; la reacción de la iglesia católica, recogida en el Concilio de Trento, fue reafirmar lamentablemente la distancia del pueblo llano con el texto bíblico. Por esta razón, y otras más complejas, los católicos llegamos con retraso a la aceptación de un enfoque crítico moderno del Nuevo Testamento y de la Escritura en general.
Gracias a Dios las cosas han cambiado y el Concilio Vaticano II en su documento Dei Verbum habla de los dos pilares o fundamentos sobre los cuales se asienta la fe de la iglesia: la Sagrada Escritura y la Tradición, que se necesitan y alimentan mutuamente. Desde entonces se ha promovido con insistencia el uso de la Biblia, que ya está al alcance de todos, se dan cursos bíblicos, pero aún nos falta mucho por conocer, aún no es un hábito constante el acudir a la Biblia, el leerla y releerla una y otra vez. No solo para conocer, sino para imbuirnos de Dios, para que el entorno de nuestra vida cristiana sea un entorno bíblico; porque en la Biblia está la raíz de lo que creemos y somos como cristianos.
Así lo expresa el Concilio: “El Santo Sínodo recomienda insistentemente a todos los fieles, especialmente a los religiosos, la lectura asidua de la Escritura para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo. Acudan de buena gana al texto mismo: en la liturgia, tan llena del lenguaje de Dios; en la lectura espiritual... Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras” (#25, DV).
Una vez dicho esto, vamos entonces a recordarles una forma de orar que inauguraron los monjes cristianos en los primeros siglos de la iglesia, y que conocemos como la Lectio divina. Esta forma de orar es eminentemente contemplativa y nos ayuda a interiorizar el texto bíblico, a dejarnos leer y transformar por él.
El principal objetivo de la lección divina, además de la unión y la comunión con Dios, es una asimilación de la verdad Sagrada y una vida vivida de acuerdo con esta verdad; es decir que no solo se trata de conocer, sino también de cómo vivir las palabras de la Escritura: se mastican, se digieren, se rumian, hasta convertirlas en parte de uno mismo.
Son 4 los pasos de la Lectio divina: la lectura, la meditación, la oración y la acción (o contemplación).
En la primera,
la lectura, nos preguntamos:
¿Qué dice el texto? A veces los textos de la Biblia nos resultan difíciles de entender, porque no manejamos el contexto en que se escribió, ni el género literario al que dicho texto pertenece. Por eso aunque no forma parte de la Lectio en sí (
no es un ejercicio intelectual), es importante que tengamos elementos fundamentales de exégesis bíblica, y para ello pueden ayudarnos las introducciones de los libros que aparecen en la Biblia que tenemos y las notas a pie de página en las ediciones más pastorales, donde encontramos incluso explicaciones sobre diferentes temas que nos pueden ayudar en nuestra comprensión de lo que leemos.
Este primer paso puede necesitar, no de una, sino de varias lecturas, una seguida de la otra, despacio, pronunciando cada palabra o cada frase, no solamente con la mente también con la boca, para que el cuerpo también participe de ese momento.
Luego llegamos al segundo paso, la meditación en la que pasamos de ¿Qué dice el texto? a ¿Qué me dice a mí el texto? ¿Qué llama mi atención?, y aquí recordemos, aunque es obvio, que en lo que hacemos está obrando el Espíritu, porque confiando en él nos llevará a donde debemos ir, y nos enseñará lo que necesitamos ver en ese momento. Puede ser una palabra, una frase, una oración, una idea en particular; algo que me atrae o que me repele de manera significativa. A veces lo que leemos nos resulta chocante y lo rechazamos de entrada; ahí es donde más debemos insistir. Recordemos que la idea de descubrir a Dios va a la par del descubrirnos a nosotros mismos.
El tercer paso de la Lectio divina es la oración: ¿Qué quiero decirle a Dios, partiendo de este texto? Ahora que lo he leído y lo he reflexionado puedo entablar un diálogo con él. Recordemos que eso es la oración según Santa Teresa: tratar con Dios, tratar muchas veces, tratar de amistad. Aquí en esta oración hablamos con el texto bíblico, usamos sus palabras y sus frases, dialogamos acerca de él, nos ponemos en esa situación o nos descubrimos en ella; pero también damos gracias a Dios por llevarnos a ese momento, por mostrarnos su voluntad a través de la escritura. Oración no es solo presentarle problemas a Dios, sino también alabarle, darle gracias.
Y finalmente, el cuarto momento sería la acción o la contemplación, en dependencia de cuándo y cómo estamos haciendo este ejercicio espiritual. Nos podemos preguntar qué diferencia puede implicar este texto en mi forma de actuar o de vivir, a qué me convoca, qué desafío me plantea a mí como persona o como cristiano, o como laico que ejerce un ministerio en mi comunidad, o como miembro de una familia o una comunidad.
La oración no solo te acerca a Dios, sino que mueve tu vida hacia delante; si Dios está en ti, Dios te impulsa siempre a vivir.
En determinados momentos y circunstancias este cuarto paso puede ser también pasar al silencio, recogernos y escuchar, dejar que Dios nos hable también en ese momento, en el eco de lo que hemos estado haciendo antes.
Recordemos que durante mucho tiempo después del Concilio en la iglesia se manejó una forma de examinar la realidad y tratar de transformarla en tres pasos o acciones: ver, juzgar, actuar. Esto tiene también de fondo como inspiración la Lectio divina; cuando uno busca Dios es porque ya Dios lo busca a uno; cuando uno se deja buscar y deja a Dios ser Dios, entonces el espíritu que habita en nosotros nos permite adentrarnos en el misterio de su palabra y de la vida divina. Y lo más importante: ese encuentro cotidiano con Dios y su Palabra nos va transformando para ser cada día más imagen de Cristo, reflejo de Cristo, presencia de Cristo en el mundo.
Algunas ideas finales que pueden ayudarnos en la lectura bíblica:
1- La Biblia es la historia del diálogo de Dios con los hombres en la vida; es la obra de un pueblo, es el conjunto de libros inspirados.
2- Es necesario distinguir siempre un sentido literal y un sentido espiritual cuando leemos la Biblia.
3- Es necesario leer la Biblia con el mismo Espíritu con el que fue escrita; sin la ayuda de ese Espíritu no podemos comprender ni alcanzar el verdadero y pleno sentido de la Escritura.
4- Siempre ha de leerse la Biblia teniendo en cuenta: el contenido y unidad de toda la Escritura, la tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe.
5- El lugar privilegiado para la relectura es el de los pobres, donde el mensaje salvífico y liberador aparece en todas sus exigencias y posibilidades.
6- La lectura de la Biblia nos implica en un proceso de conversión evangélica, para entender el mensaje de Cristo, que pone en el centro al ser humano y al amor como ley suprema.
7- La Biblia nació de la vida de un pueblo y se relee mejor comunitariamente y en contacto con la vida.
Fray Manuel de Jesús, ocd
No hay comentarios:
Publicar un comentario