"Soledad como acción: la razón por la cual nadie comprende realmente la soledad, o se molesta en tratar de comprenderla, es que ella –la soledad– parece no ser otra cosa que una condición, algo a lo que uno elige someterse, como quien se pone debajo de una ducha de agua fría. De hecho, la soledad es una realización, una actualización, incluso un tipo de creación, a la vez que una liberación de fuerzas activas dentro de nosotros, fuerzas de las que no podemos apropiarnos en exclusividad y que, sin embargo, son más nuestras que lo que parece ser «nuestro». Como simple condición, la soledad puede ser pasiva, inerte y básicamente irreal: una especie de estado de coma permanente. Hay que actuar para mantenerse fuera de esta condición. Hay que trabajar activamente en la soledad, no solo poniendo vallas alrededor de uno mismo, sino destruyendo todas las vallas y arrojando lejos todos los disfraces, hasta llegar a la raíz desnuda del deseo más íntimo de uno mismo, que es el deseo de libertad-realidad. Liberarse de la ilusión que crea la realidad cuando nuestra relación con ella no es la adecuada, y ser real en la libertad que la realidad nos ofrece cuando nuestra relación con ella es la adecuada.
De ahí la necesidad de disciplina, de un cierto tipo de técnica de integración que mantenga unidos cuerpo y alma, armonice los poderes respectivos de uno y otra, los haga marchar en profunda sintonía, oriente al ser en su totalidad hacia sus raíces. La necesidad de un «camino» o «vía». Presencia, invocación, mantra, concentración, vacío: todos estos son aspectos de una soledad realizada. El mero estar solo no es nada. O, como mucho, tan solo es una posibilidad. Antes o después, quien se limita a estar solo, o bien se autodestruye o desaparece.
La «vida activa» puede convertirse, de hecho, en la vida más pasiva: simplemente lo llevan a uno, lo arrastran, lo apalean, le hacen ir de un lugar para otro. La ilusión más desesperada y la más común es precisamente la de arrojarse en medio de la masa que está en movimiento y ser arrastrado con ella: ser parte de la corriente del tráfico que no lleva a ninguna parte, pero tiene una meta fingida. Contra esto me rebelo yo. Y porque me rebelo, mi vida debe asumir al principio un aspecto de total carencia de significado: la venganza del superyó social. La percepción del absurdo. La libertad empieza con la plena aceptación del absurdo: la buena disposición a comprender y experimentar la propia vida como totalmente absurda en relación con el significado aparente que la sociedad, la ilusión, le han atribuido a la vida. Pero la experiencia de esta absurdidad es tan solo, de nuevo, una posibilidad, un simple punto de partida para una comprensión más profunda: la comprensión de esa realidad radical en mí mismo y en toda vida, realidad que ni conozco de hecho, ni puedo conocer. Esto implica la capacidad de percibir la diferencia que existe entre comprender y conocer. En la comprensión, la realidad que uno capta, o por la que uno es captado, se actualiza en uno mismo, y uno se convierte en lo que comprende, uno es lo que uno comprende. Conocer es simplemente una manera de certificar que algo es objetivamente verificable, independientemente de que uno se moleste por verificarlo de hecho o no. Así, pues, comprensión no es verificación, sino captación de la «esencia» de algo. La soledad es necesaria para esta percepción de la «esencia» y representa, por otra parte, la plenitud de la comprensión. En la soledad llego a ser plenamente capaz de comprender aquello que no puedo conocer.
¿Qué puede enseñar a los demás el hombre solitario y absurdo? Simplemente, que ser solitario y absurdo no son cosas que haya que temer. Sin embargo, estas son precisamente las dos cosas que todo el mundo teme: todos empleamos nuestro tiempo en tranquilizarnos a nosotros mismos diciéndonos que tenemos razón, que no somos ridículos, que somos aceptables, deseables, valiosos, y que nunca tendremos que vernos como seres realmente solos. En otras palabras, nos zambullimos en la corriente tranquilizadora de ilusiones que crea toda la otra gente que es como nosotros. Un gran trabajo común, una liturgia en la que todo el mundo se pone de acuerdo públicamente para afirmar que en estos términos todo es real y tiene sentido. Tales términos no son, sin embargo, satisfactorios. Secretamente, todo el mundo sigue siendo absurdo y estando solo. Pero lo cierto es que nadie se atreve a enfrentarse a este hecho. Sin embargo, plantarle cara a esta situación es el requisito absolutamente esencial para empezar a vivir libremente.
Thomas Merton, Diarios (20/junio/66)
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