Uno de los temas que preocupó siempre a Merton fue el vínculo entre el compromiso cristiano y la realidad social concreta en que el cristiano vive la llamada, la vocación. Es el clásico dilema del lugar del hombre o la mujer de fe frente a eso que se llama "mundo", y que no siempre entendemos que realidad incluye o abarca. Merton tuvo que lidiar con este asunto, e ir descubriendo el papel de un monje en el mundo real. Aquí les propongo algo de su reflexión al respecto en uno de sus libros:
"El cristianismo y el mundo: es un asunto sobre el que, de repente, uno tiene que tener una respuesta aprobada. Yo no la tengo. La tradicional respuesta monástica, ciertamente, no es la "aprobada". La van olvidando los monjes, silenciosa y discretamente, como algo dado por supuesto, y la van asumiendo los poetas. Brendan Behan, por ejemplo, ha declarado que, por lo que a él toca, el mundo entero se puede ir al demonio. No es exactamente tampoco la fórmula monástica ( aunque supongo que ha habido monjes que no lo habrían deseado porque les habría parecido superfluo desearlo, ya que el mundo se había ido al demonio hace mucho).
La cuestión es que hay en el cristianismo, o en la cristiandad, y en el budismo, y en muchas otras religiones, una tradición de contemptus mundi, de desprecio del mundo, que necesita ser reexaminada y comprendida. Sin duda, originalmente, se pretendía que diera al creyente cierta libertad de acción, una distancia, un desapego, una liberación del cuidado, sin lo cual no tendría sentido tratar de amor a la gente del mundo.
Por desgracia, ese contemptus mundi se hizo una formalidad de organizaciones religiosas que, a su modo, eran muy mundanas. El concepto ascético de contemptus mundi se ha transformado radicalmente desde que se elaboró la distinción teórica entre poderes espirituales y seculares durante la lucha medieval sobre las investiduras. El contemptus mundi se convirtió cada vez más es un ascetismo de obediencia al servicio del poder "espiritual", o del partido de la Iglesia en política. Se daba por supuesto que uno despreciaba al "mundo" a la vez que buscaba los mismos fines que el mundo, pero por un diferente surtido de motivos. Así, con el tiempo, la oposición entre poder "espiritual" y poder "secular" ha llegado a ser, de hecho, nada más que el espíritu de rivalidad fraterna que supongo que existe entre Ford y General Motors. Y ahora se ha llegado a ver esto como lo que es: como una postura que tiene poco significado. ¿La respuesta aprobada? Actualmente todos parecen pensar que lo mejor sería una fusión que hiciera inútil todo contemptus, ¡sobre todo, dado que ahora todo el poder es, de cualquier modo, secular!
Sin embargo, de hecho, el problema no es tan sencillo. Se halla un acuerdo general en que la Iglesia debería adquirir un saludable y elocuente respeto hacia el mundo moderno: si no, no tendría lugar en él, sino es para reducirse al nivel de grupos marginales como los testigos de Jehová. Pero ¿en qué consiste ese respeto al mundo?
La posición conservadora mantiene cierto elemento de contemptus mundi tradicional. Estimulamos nuestra cohesión y nuestra moral fulminando ciertos asuntos típicos -especialmente la mala moral sexual, el control de nacimientos, el divorcio, la pornografía- que no sólo son obvios, sino también tipológicos, y que encarnan en sí mismos todo lo que queremos decir al hablar de "el mundo" y "el pecado". (Aquí tendemos a olvidar que tipifican la "carne" más bien que "el mundo". El mundo en la triada mundo-demonio-carne, representa la codicia de riqueza y prestigio, y eso rara vez se ataca. En realidad, aquí es precisamente donde, una vez satisfecha la conciencia cristiana con los anatemas dirigidos contra la carne, podemos llegar a un acomodo con el mundo, que, admitámoslo, nos ofrece un prestigio que creemos esencial para la difusión del Evangelio. ¡El mensaje del sacerdote que conduce un Oldsmobile seguramente es más creíble que el del que anda en autobuses!".
"Conjeturas de un espectador culpable"
Thomas Merton.