La herejía del individualismo: pensarse uno mismo como una unidad completamente autosuficiente y afirmar esa “unidad” imaginaria contra todos los demás. La afirmación del yo simplemente como no-otro. Pero cuando uno trata de afirmar su unidad negando que tenga que ver con cualquier otro, negando a todos los demás del universo hasta que llega a uno mismo: ¿Qué queda que afirmar? Aunque hubiera algo que afirmar, no quedaría aliento con qué afirmarlo.
El modo verdadero es exactamente el opuesto: cuanto más soy capaz de afirmar a otros, de decirles “sí” en mí mismo, e descubrirles en mí mismo y a mí mismo en ellos, más real soy. Soy plenamente real si mi corazón dice sí a todos.
He de ser mejor católico, no si puedo refutar todo matiz de protestantismo, sino si puedo afirmar la verdad que hay en él y seguir adelante.
Y lo mismo con los musulmanes, los hindúes, los budistas, etc. Eso no significa sincretismo, indiferentismo, la vaporosa y descuidada actitud amistosa que lo acepta todo a fuerza de no pensar nada. Hay mucho que se puede “afirmar” y “aceptar”, pero primero uno debe decir “sí” cuanto realmente puede.
Si me afirmo como católico meramente negando todo lo que sea musulmán, judío, protestante, hindú, budista, etc., al final encontraré que no me queda mucho con que afirmarme como católico, y desde luego, ningún aliento del Espíritu con que afirmarlo”.