Dos direcciones que son una sola en Cristo. Porque en Cristo no hay nada espiritual al margen de lo material, ningún movimiento hacia Dios que no sea a la vez un movimiento hacia los demás. Los contemplativos no se contentan con examinar los Evangelios con la distancia crítica de un extraño, sino que rumian desde lo más profundo de sus corazones, donde esa misma estrella de los Reyes Magos podría guiarlos a una epifanía interior de Cristo. Por eso, los Evangelios que leemos, la peregrinación en la que nos embarcamos, no conducen, en última instancia, a un lugar, sino a una persona.
Nos referimos al carácter único del cristianismo entre las religiones monoteístas del mundo. En su centro no hay un lugar sagrado, ni un libro sagrado, ni un símbolo venerado, sino una persona encarnada, un corazón humano, el de Jesús de Nazaret, cuyo espíritu mora e impregna todo y en el que todas las cosas están reconciliadas y unificadas (Col 1,20). En Cristo, todos los modos de comprender nuestra separación de Dios y de los demás se presentan como ilusorios.
El nombre que los Evangelios dan a la realización histórica de esta unidad es el "reino de Dios", entendido más bien no como un lugar o una promesa futura, sino como una realidad presente constituida por una nueva visión de las relaciones humanas enraizada en el ministerio, y más aún en la persona del propio Jesús, Así, pues, el reino es tanto una realidad interior (Mt 5,3) como algo históricamente tangible (Mt 25, 1-46). Esta unión de lo espiritual y lo tangible refleja una mística cristiana única arraigada en la encarnación".
Vincent Pizzuto
Contemplar a Cristo
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