Aunque he compartido en otra parte mi propia reflexión para las lecturas de este domingo (33-A), comparto acá un comentario que leí en la web del DIARIO BÍBLICO sobre Mateo 25, 14-30:
En las comunidades de Mateo habría discípulos negligentes y perezosos como los sigue habiendo en nuestras comunidades. Hay cristianos dinámicos y emprendedores que se empeñan en dar un nuevo rostro a la catequesis, a la liturgia, a la pastoral, que se dedican con pasión al estudio de la palabra de Dios para captar su significado auténtico y profundo, que son generosos y activos, que, a veces, cometen errores por exceso de celo apostólico y no siempre aciertan con las decisiones justas que hay que tomar. Otros cristianos, por el contrario, son perezosos y tienen miedo de todo. Se limitan a repetir de manera monótona y tediosa los mismos gestos, las mismas frases hechas, no estudian, les da fastidio si alguien propone interpretaciones nuevas, ni siquiera se preguntan si ciertos cambios son queridos por el Espíritu; solamente se sienten seguros dentro de lo que siempre se ha dicho y hecho en el pasado; cualquier impuso hacia el futuro, cualquier conquista del hombre les aterroriza; no vibran con los grandes valores de la libertad y la fraternidad. Tienen miedo.
Increíble, pero cierto: el temor a Cristo nos puede paralizar. Una cierta espiritualidad del pasado incitaba a la acción, pero recomendaba, sobre todo, no cometer pecados mortales, mantenerse en gracia de Dios, permaneciendo fieles a mandamientos y preceptos; los trasgresores eran amenazados con penas terribles. Esta espiritualidad favorecía al tercer tipo de siervos, es decir, a los cristianos que para evitar el pecado jugaban siempre sobre seguro. No querían arriesgar, porque quien arriesga se compromete, se expone inevitablemente al riesgo de equivocarse.
Quien se ha hecho portavoz de este miedo, inconscientemente contribuye a la falta de amor, a la esterilidad en el bien, al letargo espiritual.
El “talento” de la Palabra de Dios, por ejemplo, fructifica solo cuando se capta se verdadero significado, cuando se la traduce en un lenguaje comprensible para el hombre de hoy, cuando se la aplica a la vida y situaciones concretas de la comunidad; de otra forma, se queda en un capital muerto, no produce ningún cambio, no remueve las conciencias, no cuestiona a nadie.
El castigo para los que hacen improductivos los talentos del Señor es la privación de su alegría. No es la condena al infierno, sino a la triste realidad de no pertenecer hoy al reino de Dios.
¿Qué tiene hacer quien reúsa el compromiso, quien no tiene el coraje de hacer fructificar los bienes del Señor? No debe continuar ocupando inútilmente un cargo o un puesto de responsabilidad, sino que debe entregar su ministerio al banco, es decir, a la comunidad para que ésta provea a confiar este servicio a otro que esté dispuesto a desarrollarlo con empeño, porque los hermanos necesitan que todos los ministerios se desarrollen.
La conclusión de la parábola – “al que tiene se le dará y le sobrará, y al que no tiene se le quitará aun no que tiene”–, es un proverbio popular que refleja, de hecho, un dato fácilmente verificable: la riqueza tiende a acumularse y el rico a ser siempre más rico. Aplicado a esta parábola, el proverbio quiere significar que con las riquezas del reino de Dios sucede la misma cosa: las comunidades generosas y atentas a los signos de los tiempos, progresan y adquieren siempre más vitalidad, mientras que las que prefieren replegarse sobre sí mismas envejecen, decaen y nadie se maravillará si un día desaparecen.
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