La salvación, aunque ya la estamos experimentando en nuestra vida presente, acontece de formas definitiva en el futuro de Dios. Por eso la ESPERANZA, que es una espera confiada y activa en la promesa de Cristo; Él es el camino que nos conduce definitivamente a ese futuro: "cielo nuevo y tierra nueva". Más que ir a un lugar donde está Dios, vamos a Dios; Él es el Cielo de nuestra fe. Y nuestro caminar en el tiempo, hacia esa meta, se vive en la liturgia, la constante "acción de gracias", para que el mismo Cristo se vaya manifestando en nosotros, sus discípulos. Celebrar no es meramente evocar el pasado, satisfacer los deseos de un ser todopoderoso, sino ACTUALIZAR EL MISTERIO que celebramos en nuestra propia historia personal, familiar, comunitaria. No basta evocar a Cristo en la liturgia: ella tiene que convertirnos en otros Cristos.
Precisamente la tarea profética del pueblo de Dios en el transcurso de la historia ha consistido en encender la llama de la esperanza; esa llama frágil, agonizante, que cualquier soplo, en cualquier instante, puede apagar. La pueden apagar tanto el anclarse en el pasado, que nos convierte en estatuas de sal, como hacerlo en el presente. magnificándolo, y quitándole ese toque de insatisfacción necesario para que no nos cierre a lo porvenir. La tensión de la fe no consiste en vivir entre el mundo y Dios, la tierra y el cielo, sino en hacerlo entre el presente, que es sacramento de Dios, abierto al porvenir. Esa es la ESPERANZA: no desentendernos del presente, mirando los celajes en un sueño que no acaba, sino vivir despiertos, vigilantes, para percibir con ojos de fe lo que nos aguarda delante de nosotros.
Todo momento o acontecimiento de nuestra historia tiene el carácter de inacabamiento, de provisionalidad; son estaciones de una trayectoria, momentos de un proceso, pero a la vez están grávidos de futuro, en ellos resplandece la promesa. Y así andamos, encontrando umbrales nuevos, puertas que se abren, para asomarnos a nuevos paisajes de vida. Y así, hasta que se produzca el ADVIENTO definitivo, la parusía.
En apenas ocho días comenzamos el nuevo año
cristiano (Ciclo A), con el primer domingo de Adviento, y resultará provechoso
espiritualmente prepararnos para ello con algunas lecturas. Será un paso más de
la “interminable aventura de la vida espiritual”, pues
cada año –dice Joan Chittister- es un punto de crecimiento claramente
identificable en la vida de una persona. Las celebraciones del año litúrgico
tienen el propósito de sintonizar la vida del cristiano con la vida de Jesús,
el Cristo, por ello nos sumergen en el sentido y la esencia de la vida
cristiana, en un verdadero “ejercicio de maduración espiritual”.
En este mismo blog podrán buscar información sobre el
tema en las entradas de los años anteriores, sobre todo textos de Thomas Merton, y su
libro “Tiempos de celebración”, cuya
lectura resulta muy apropiada para adentrarse en el sentido de la liturgia
cristiana. Entre los ensayos que incluye
destacaría “Liturgia y personalismo espiritual”, “El tiempo
y la liturgia” y “Adviento: ¿Esperanza o engaño?”.
También incluiría la lectura de algunos libros de
Anselm Grün, y en primer lugar “Año
litúrgico sanador. El año litúrgico como psicodrama” (Verbo
Divino, 2002), así como otros escritos suyos que ofrecen pautas para la
vivencia cotidiana de la fe; sumo además un libro de Joan
Chittister, “El año
litúrgico. La interminable aventura de la vida espiritual”,
publicado por Sal Terrae. Seguro que cada uno tendrá alguna lectura especial para este tiempo, y a ella volverá seguramente durante las próximas semanas.
Así, entre
lecturas nuevas y relecturas, podemos prepararnos para el nuevo tiempo litúrgico, de
manera que “pueda desarrollar las dimensiones cósmicas de lo que significa
estar vivo en la entraña misma de la vida cotidiana”. Como sustrato de lo anterior suelo leer cada año la
amplia introducción que trae el primer tomo de la Liturgia
de las Horas, en las que aparece muy bien presentado el sentido del ciclo anual de
celebraciones en la oración comunitaria de la Iglesia.
Otra sugerencia: yo suelo revisar cada año, a lo largo
de estas dos últimas semanas, los textos bíblicos que se utilizarán en los cuatro domingos de
Adviento, para captar el sentido espiritual del “camino” que voy a emprender. En dichos textos, busco encontrar frases o ideas que expresen para mí: un anhelo, una suplica, una certeza y un propósito. Podemos
hacerlo solos, a nivel personal, o a nivel de grupos en nuestra comunidad
religiosa o parroquial.
Es importante que no seamos meramente entes pasivos en este proceso, sino que además de aprovechar los espacios eclesiales, las celebraciones, etc, también aprendamos a ser creativos en nuestra vida espiritual, para no perder nunca la ESPERANZA, hasta que el Señor venga. La Eucaristía de cada domingo, y la de cualquier otro día de la semana, son nuestro "Maran-atha" (Ven, Señor).
Fray Manuel de Jesús, ocd
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