"La inocencia, una vez perdida, no se puede recuperar. La esencia del paraíso, vuelvo a hablar simbólicamente, es su pérdida. Y la tentación del paraíso es quererlo recuperar; por eso la bondad del Dios bíblico puso allí un ángel con una espada de fuego que impide volver al paraíso. En caso contrario, sería el infierno. Esta es la aventura humana, la aventura del cosmos: ser arrojados fuera de Dios, fuera del paraíso. El paraíso, es verdad, tiene una fuerza extraordinaria, pero como algo que se ha perdido. La tentación suicida es la nostalgia.
Para decirlo paradójicamente: el regressus de la teología medieval no es volver al punto desde el que ha empezado el egressus: el Dios al que se vuelve no es el Dios desde el cual se ha partido, ni siquiera en el pensamiento. Una vez fuera del paraíso, una vez perdida la inocencia, no se la puede recuperar. Veinte siglos de cristianismo han apostado por una vía para tratar de superar esta situación. La palabra clásica es redención. ¿Podemos redimir la situación, la caída, el paraíso perdido?...
En Cristo, nueva criatura, lo que puede ser real es la nueva inocencia. Tan nueva, que no sabemos siquiera que la hemos perdido. No se trata pues, de una segunda inocencia, sino de una nueva inocencia: no es volver al statu quo ante. Esto es pesimismo; es un espejismo de los orígenes.
Si el hombre fuera solamente historia, lo pasado sería pasado, y por tanto no podríamos decir que no ha pasado y que nosotros no nos acordamos ahora de ello. Eramos inocentes y ya no lo somos, y ahora queremos recuperar esa inocencia. Si somos solamente historia, esto es imposible. Sólo la conciencia de la radical novedad de cada momento de la existencia y de la accidentalidad de la historicidad en la realidad nos lleva a hacer posible, o al menos no contradictoria, esta nueva inocencia, que creo que es la única esperanza de la humanidad...".
(Raimon Panikkar).
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