"El problema más importante que tiene que afrontar y resolver la Iglesia, está en que el centro de su vida, su organización y su presencia en el mundo, no es el Evangelio, sino la religión.
En efecto, lo que la gente ve en el cristianismo es una religión. Una más, entre tantas otras. Las catedrales, los templos, el clero (obispos, curas, frailes y monjas), palacios episcopales, parroquias, conventos, ceremonias sagradas, los santos y sus procesiones, todo eso no produce (ni puede producir) otra impresión que no sea el respeto reverente de quien asiste, con devoción sumisa, a un ceremonial sagrado. O sea, ni más ni menos, que una religión en toda regla.
Pues bien, así las cosas, el que se ve metido en semejante ambiente, si es que oye leer el Evangelio, ¿Qué puede pensar de lo que está oyendo? Pues muy sencillo: el Evangelio es uno de los componentes o elementos, uno más, de la religión. El que asiste a un acto religioso –ya se sabe– allí verá curas, velas, incienso; oirá música y cantos religiosos, verá gente seria y bien vestida. Y escuchará lecturas sagradas, de la Biblia y de los santos. Hasta que llega el momento “más religioso” de “toda la religión”. El momento en que todo el mundo se pone de pie porque se va a leer el Evangelio. Por eso, ¿Qué puede pensar la gente del Evangelio? Pues lógicamente, que es el momento o el componente más religioso de toda la religión.
¿Y para eso vino Jesús a este mundo? ¿Para darles más bombo y platillo a las ceremonias de los sacerdotes? Es evidente que a nadie se le ocurre semejante estupidez. Pero, entonces, ¿Qué es y qué representa esto que llamamos “el Evangelio”?
Ante todo, quede claro lo más importante: Jesús no vino a este mundo, ni a reformar o mejorar la religión que había, ni a fundar otra nueva. ¿Cómo iba a pretender reformar o refundar la religión un ciudadano que fue odiado y perseguido por los más distinguidos representantes oficiales de la religión, que lo persiguieron y lo insultaron, lo juzgaron y lo condenaron, y presionaron al procurador romano hasta que lo torturó y lo mató de la forma más cruel que en aquel tiempo se podía ejecutar a un malhechor?
Así se fraguó el Evangelio. ¿Y semejante libro va a resultar que es un libro de religión? Hay que precisar, con sumo cuidado, la respuesta a esta pregunta. El Evangelio es un conjunto de relatos, en los que el protagonista, Jesús de Nazaret, habla con singular frecuencia de la relación con Dios (el Padre). Pero la relación con Dios, según Jesús, no consiste o se consigue mediante el templo, los sacerdotes, los rituales santos, las ceremonias y la total sumisión que imponen y exigen los “hombres de la religión”. La relación con Dios consiste y se consigue mediante la conducta, que se resume en la bondad y la misericordia en todo y con todos. Jesús lo dejó claro en el “mandamiento nuevo”, que impuso al final de su vida: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros… En esto conocerán que sois mis discípulos (Jn 13, 34-35).
Jesús no suprimió la religión, sino que modificó la religión: la sacó del templo y la puso en el centro de la vida, en la relación que mantenemos los unos con los otros".
José María Castillo
La religión de Jesús
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