Dentro de las fechas de Navidad, la Iglesia celebra en este día a Juan evangelista. Durante siglos, se pensó que este Juan era uno de los Doce y, al mismo tiempo, el autor del cuarto evangelio –al que pertenece el texto que leemos hoy– e incluso el “discípulo amado”. Para la exégesis contemporánea, tal identificación no se sostiene. Ni el autor del cuarto evangelio fue uno de los Doce ni el apóstol Juan es el “discípulo amado”. El cuarto evangelio es obra de varias manos –diferentes redactores y glosadores–, aunque quizás las comunidades joánicas se reconocieran legitimadas por la figura de un discípulo en particular que hubiera podido llamarse Juan (¿y que coincidiría con el “discípulo amado”?; no lo podemos saber). En el texto que comentamos, el “discípulo amado” se define por su capacidad de “correr” y de “ver”: es lo que le ocurre al amor. La persona que ama está pronta, disponible, atenta y se siente animada de una energía especial que le permite “correr”, como si el mismo amor la llevara en volandas. Por otro lado, es capaz de ver más allá de las apariencias y por debajo de la superficie de las cosas. Seguramente, porque “solo se ve bien con el corazón”, como diría El Principito. Al hablar de “corazón” no me refiero a una mera emoción superficial, que se halla a merced de los vaivenes circunstanciales, sino a la hondura de nuestra identidad más profunda, donde somos amor. Lo que sucede es que, para poder mirar con el corazón, necesitamos aquietar la mente, no identificarnos con ella (ni con sus ideas, etiquetas, creencias, expectativas…). Acallada la mente, hacemos posible la visión verdadera. Aquieta la mente, sal del bucle en el que tiende a instalarse… y saborea el silencio que nada separa: ahí empezarás a “ver”.
Para intercambiar comentarios sobre Thomas Merton y otros maestros contemporaneos del espíritu.
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martes, 27 de diciembre de 2022
EL MÁRTIR Y EL MÍSTICO (ESTEBAN Y JUAN)
Dentro de las fechas de Navidad, la Iglesia celebra en este día a Juan evangelista. Durante siglos, se pensó que este Juan era uno de los Doce y, al mismo tiempo, el autor del cuarto evangelio –al que pertenece el texto que leemos hoy– e incluso el “discípulo amado”. Para la exégesis contemporánea, tal identificación no se sostiene. Ni el autor del cuarto evangelio fue uno de los Doce ni el apóstol Juan es el “discípulo amado”. El cuarto evangelio es obra de varias manos –diferentes redactores y glosadores–, aunque quizás las comunidades joánicas se reconocieran legitimadas por la figura de un discípulo en particular que hubiera podido llamarse Juan (¿y que coincidiría con el “discípulo amado”?; no lo podemos saber). En el texto que comentamos, el “discípulo amado” se define por su capacidad de “correr” y de “ver”: es lo que le ocurre al amor. La persona que ama está pronta, disponible, atenta y se siente animada de una energía especial que le permite “correr”, como si el mismo amor la llevara en volandas. Por otro lado, es capaz de ver más allá de las apariencias y por debajo de la superficie de las cosas. Seguramente, porque “solo se ve bien con el corazón”, como diría El Principito. Al hablar de “corazón” no me refiero a una mera emoción superficial, que se halla a merced de los vaivenes circunstanciales, sino a la hondura de nuestra identidad más profunda, donde somos amor. Lo que sucede es que, para poder mirar con el corazón, necesitamos aquietar la mente, no identificarnos con ella (ni con sus ideas, etiquetas, creencias, expectativas…). Acallada la mente, hacemos posible la visión verdadera. Aquieta la mente, sal del bucle en el que tiende a instalarse… y saborea el silencio que nada separa: ahí empezarás a “ver”.
Ser parte de todo...
-Thomas Merton-
Santidad es descubrir quién soy...
“Es cierto decir que para mí la santidad consiste en ser yo mismo y para ti la santidad consiste en ser tú mismo y que, en último término, tu santidad nunca será la mía, y la mía nunca será la tuya, salvo en el comunismo de la caridad y la gracia. Para mí ser santo significa ser yo mismo. Por lo tanto el problema de la santidad y la salvación es en realidad el problema de descubrir quién soy yo y de encontrar mi yo verdadero… Dios nos deja en libertad de ser lo que nos parezca. Podemos ser nosotros mismos o no, según nos plazca. Pero el problema es este: puesto que Dios solo posee el secreto de mi identidad, únicamente él puede hacerme quien soy o, mejor, únicamente Él puede hacerme quien yo querré ser cuando por fin empiece plenamente a ser. Las semillas plantadas en mi libertad en cada momento, por la voluntad de Dios son las semillas de mi propia identidad, mi propia realidad, mi propia felicidad, mi propia santidad” (Semillas de contemplación).
LA DANZA GENERAL.
Thomas Merton.
ORACIÓN DE CONFIANZA...
“Señor Dios mío, no tengo idea de hacia dónde voy. No conozco el camino que hay ante mí. No tengo seguridad de dónde termina. No me conozco realmente, y el hecho de que piense que cumplo tu voluntad, no significa que realmente lo haga. Pero creo que el deseo de agradarte te agrada realmente. Y espero tener este deseo en todo lo que estoy haciendo. Espero no hacer nunca nada aparte de tal deseo. Y sé que si hago esto, tú me llevarás por el camino recto, aunque yo no lo conozca. Por lo tanto, siempre confiaré en ti aunque parezca perdido y a la sombra de la muerte. No temeré, pues tú estás siempre conmigo y no me dejarás que haga frente solo a mis peligros
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