Los elementos animistas, antropomórficos y mágicos que caracterizan el pensamiento infantil deberán ir transformándose, gracias al desarrollo intelectual, de modo que la experiencia religiosa no sucumba a la tentación de constituirse como un refugio para mantener estructuras infantiles que, en otros campos, sin embargo, van viéndose obligadas a remitir. Es constatable que la experiencia religiosa cuenta con más dificultades para madurar que otras dimensiones de la conducta.
El pensamiento infantil (J. Piaget) evoluciona y se ve desarrolla hacia la madurez por la intervención de tres factores fundamentales:
a. La experiencia de sus contactos con los demás, que permite al niño rectificar sus errores de perspectiva excesivamente ligados a una óptica egocéntrica.
b. El contacto con la realidad material le forzará a renunciar a una perspectiva extremadamente moralista, mágica y finalista del mundo, para percatarse de que éste funciona a través de leyes concretas y de que la causalidad física actúa al margen de la voluntad y de los deseos del hombre.
c. La dolorosa experiencia de constatar las limitaciones humanas, particularmente la de sus adultos más queridos le obligará a poner en tela de juicio la omnisciencia, omnipotencia y omnibenevolencia que a ellos les atribuyó.
Todo lo anterior traerá como resultado benéfico unas profundas transformaciones en la estructura mental que facilitarán la adaptación al mundo y dará una mayor autonomía y libertad. Ahora bien, la naturaleza del hecho religioso hace muy difícil el juego de los factores habituales de maduración mental, y el creyente corre el peligro de utilizar a Dios y la religión para evitar o disfrazar este proceso de crecimiento. La persona puede progresar en otros campos de la conducta, permaneciendo una mentalidad infantil en la esfera religiosa. De ahí la importancia de la catequesis y la formación, y de insistir en la dimensión relacional de la experiencia religiosa, y el contacto con la realidad física y social. El elemento racional de la fe puede asegurar la continuidad de la experiencia individual en el contexto histórico y social, y cumplir la importante misión de preservar a la experiencia religiosa de derivar en un falso misticismo o de caer en un puro fanatismo.
No olvidar, sin embargo, que nuestra actividad intelectual permanece siempre influida por el mundo del deseo, y que esta influencia no es del todo negativa, pues puede funcionar en la mutuo potencialización, y las ideas pueden influir positivamente sobre nuestras emociones. Para que el elemento cognitivo de la religión sea humanizador y no meramente defensivo frente al reto de la existencia es importante tener en cuenta: renunciar a un pensamiento mágico que asegure una respuesta global y definitiva a los problemas de la existencia, renunciar a encontrar en la vía religiosa la explicación que nos salve de la herida narcisista del no saber, y el diálogo permanente y abierto con el resto de los creyentes y con las personas sin fe, aceptando que, en definitiva, la creencia constituye una opción en la que no se dispone de garantías.
3 comentarios:
Madurar, ser conscientes de la realidad,liberarnos. Siempre estamos a tiempo de cambiar, “hoy es siempre todavía”. Quizá esto sea una utopía, pero “la utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”. Al fin y al cabo somos lo que hacemos para cambiar lo que somos.
Estos textos de psicología y religión me están resultando muy interesantes, y estoy haciendo una especie de reflexión en torno a mis conceptos religiosos con ellos. Ciertamente dan mucha luz para encaminar nuestra religiosidad hacia la madurez.
Alicia.
Bendita la luz de Darwin, que nació hace ya 200 años.
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