El cristianismo de nuestro
tiempo está viviendo un nuevo capítulo de esta búsqueda del Dios vivo; hoy se
descubre a Dios en el encuentro con la presencia y la ausencia divina en las
experiencias cotidianas de lucha y esperanza, tanto ordinarias como
extraordinarias. Han surgido nuevas experiencias de Dios, y estos son algunos
ejemplos: el esfuerzo por luchar contra las tinieblas del Holocausto, en la
lucha de los pobres y perseguidos por lograr la justicia social, los afanes de
las mujeres por lograr igual dignidad humana, el encuentro del cristianismo con
el bien y la verdad de otras tradiciones religiosas, o los esfuerzos de los
ecologistas por proteger el planeta. Ninguna época carece de presencia divina,
pero la nuestra florece de manera particular.
TRES NORMAS BÁSICAS PARA HABLAR DE DIOS: Para
superar una visión excesivamente racionalista de Dios que hizo perder el norte
a ciertos espirituales de la época de la ilustración (teísmos), compartamos
unas líneas directrices que tienen su origen en el cristianismo primitivo y
medieval, y que son recuperadas por la teología más actual:
1. La realidad del Dios vivo es un
misterio inefable que está más allá del discurso.
2. Ninguna expresión acerca de Dios
puede ser tomada de manera literal.
3. Vemos la necesidad de dar a Dios
muchos nombres.
Vamos a explicar algo de cada
una de ellas:
1. El Santo, infinitamente creador,
redentor e inhabitador, está por encima y tan profundamente dentro del mundo
como para ser literalmente incomprensible.
La mente humana no puede clasificar lo divino con palabra o imagen, por
verdadera, hermosa o excelsa que sea. Los cristianos creen que Dios se ha hecho
cercano en Jesucristo, pero aun así el Dios vivo sigue siendo un misterio
inefable y no puede ser circunscrito (como dijo Pablo: vemos como en un espejo,
en enigma). La historia de Agustín (en la playa, diálogo con el niño que
intenta meter el mar en un hoyo en la arena) y una expresión de RANHER: somos
como una islita rodeada por un gran océano; hacemos incursiones en el agua,
pero las profundidades marinas excederán siempre nuestra comprensión.
2. Nuestro lenguaje como un dedo
que apunta a la luna, no la luna misma. Las palabras humanas acerca de Dios
nunca han de ser tomadas literalmente, proceden por vía indirecta. En la
teología católica esto se expresa mediante el concepto de analogía, y en la
protestante mediante la metáfora; hoy también se usa mucho el símbolo, que abre
nuevos niveles de comprensión de la realidad. Finalmente son los místicos de
todas las tradiciones los que superan el pensamiento conceptual, y renuncian al
deseo de dominar y definir, encontrando a Dios en lo más profundo de su ser.
3. Si los seres humanos fueran
capaces de expresar la plenitud de Dios con un nombre “directo como una flecha”, la proliferación de nombres, imágenes y
conceptos observables a lo largo de la historia de las religiones carecería por
completo de sentido. Pero ese nombre no existe, sino que en muy disímiles
situaciones, lo seres humanos nombran a Dios con una sinfonía de notas. Frente
a toda la riqueza de nombres que aparecen en la Escritura para referirse a Dios
prosigue sin embargo lo que llama Santo Tomás “la pobreza de nuestro vocabulario”; incluso tomando mil nombres,
imágenes y perfecciones y sumándolos, no se trasmitiría una comprensión
plenamente adecuada ( Si lo has
entendido, no es Dios).
Estas normas para hablar acerca
de lo divino están profundamente arraigadas en la verdad del Dios vivo, y aun
así en nuestro mundo se derraman torrentes de palabras sin la consciencia
previa necesaria. Esta reflexión pretende e invita a liberar nuestra
imaginación de modelos culturales rígidos, a la vez que aseguran cierta
modestia en el discurso cuando atisbamos nuevas fronteras para encontrar a Dios. Algunas personas se aferran
a la antigua visión y no quieren cambiarla, temerosos de perder la esencia,
pero la mayoría avanza buscando un
sentido último coherente con su experiencia actual de la vida. Únicamente el
Dios vivo que pasa por encima de todos los tiempos puede interrelacionarse con
las nuevas circunstancias históricas que el futuro continuamente aporta. Una
tradición que no cambia no puede ser preservada. Cuando las personas
experimentan que Dios sigue teniendo algo que decir, las luces permanecen
encendidas.
(Estas notas fueron tomadas a
partir de: “La búsqueda del Dios vivo”, de Elizabeth A. Johnson, Sal Terrae
2008).
La imagen de las dos entradas con este título pertenecen a YAZMI PALENZUELA. Gracias.
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