Raíces parentales de la experiencia religiosa: Buscando las fuentes psíquicas básicas desde las que la experiencia religiosa surge en el ser humano, habría que ir a las primeras experiencias humanas, a los orígenes del ser persona, y aquí las piezas claves son las figuras parentales, padre y madre, las que determinan la dinámica particular de cada uno y la estructuración simbólica de su deseo.
La madre es la responsable de unificar e integrar al sujeto que nace como un amasijo de emociones desordenadas y sin control racional; es la experiencia positiva de gratificación proporcionada por la figura materna la que hace posible la emergencia de un “self”, cohesivo e integrado, y fundamental para la futura salud psíquica de la persona. Se habla de un “sentimiento oceánico”, símbolo de un infinito vivido de forma inconsciente, que es fuente de la religión, mediante la apertura a la felicidad y al amor.
Pero, esto desemboca en la religión, si se trasmuta en profundidad a través del símbolo paternal, que es más bien dual. Aquí entraría el llamado “complejo edípico”; el padre aparece como elemento de conflicto en la relación madre-hijo, y aparecen sentimientos intensos, agresivos y amorosos, que son superados mediante la aceptación: hay una separación física y psíquica entre madre e hijo, que debe aceptarse para adquirir la propia identidad y autonomía personal.
La aceptación de la ley paterna hiere también los sentimientos de omnipotencia del niño. Eso hará posible el surgimiento de un auténtico yo, capaz de situarse frente a un tú; lo paterno es el símbolo de una ley que hay que afrontar: la de la limitación de la aspiración totalitaria y devastadora del deseo. Somos “separados”, y no obstante el deseo de unión y fusión plenas, esta no será nunca posible. Esta aceptación es clave en la maduración personal.
Así, la instancia paterna, representa en la estructuración del sujeto humano una ley que libera, que le proyecta hacia el futuro, y que promete una felicidad que hay que saber conquistar. Si la figura materna es la impulsora del deseo de Dios, es el símbolo paterno el que le confiere nombre, imagen y configuración.
Esto es un resumen de: “Experiencias religiosas y ciencias humanas”, de Miguel García Baró, Carlos Domínguez Morano, y Pedro Rodríguez Panizo. Madrid, PPC. 2001.
2 comentarios:
Estas ideas me parecen válidas en el caso de que sea una familia en la que las figuras materna y paterna sean también válidas, es decir, sean ejemplo de amor,madurez, sinceridad y comunicación.
Pero estamos en un mundo en el que hay muchos tipos de convivencia bajo un mismo techo, y muchas veces la figura materna y paterna, dan lugar a todo lo contrario. Más claro, alejan o contradicen cualquier tipo de religiosidad o espiritualidad.
Lo fundamental es crecer en todos los sentidos en un ambiente familiar sano, transparente, sincero y vitalista. Y esto siempre por encima de que en esa familia haya un sola figura, dos del mismo sexo, o dos divorciados.
Nunca habrá un efecto psicológico positivo (ni religioso, ni ético o social)entre paredes vacias de amor y ternura.
Creo entender que lo básico es tener presente lo que influye en el futuro de un ser humano el vinculo con sus padres a una edad temprana, y no sólo, como sugiere SAN cuando ese vínculo es ideal, sino también cuando no lo es. De esos primeros años de vida siempre queda una huella, y a menudo nuestros comportamientos adultos, mejores o peores, tienen en la infancia sus raíces. Por supuesto que la psicología habla de figuras simbólicas, es decir, los que ocupen ese papel, y habrá que aplicarlo a los diversos modelos de familias actuales. Son afirmaciones generales además, que nos permiten indagar en nuestra historia personal y así sanar poco a poco aspectos del inconsciente.
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