"Un profeta, en el sentido tradicional, no es simplemente alguien que predice el futuro bajo una inspiración espiritual. Eso es, en realidad, bastante accidental. El profeta es, sobre todo, un "testigo", igual que el mártir es un testigo (Mártir, en griego, significa testigo). Pero es testigo de manera diferente al mártir. El mártir sufre la muerte. El profeta sufre la inspiración, o la visión. Lleva la "carga" de la visión que Dios le otorga. Se inclina bajo la verdad y los juicios de Dios, a veces el juicio histórico concreto, definido, pronunciado sobre un tiempo dado, a veces únicamente la manifestación de la santidad trascendente y secreta de Dios, negada y repudiada por el pecado en general. Pero, sobre todo, el profeta es alguien que lleva la carga de la misericordia divina, una carga que es un don para la humanidad, pero que sigue siendo carga para el profeta en la medida en que nadie se la quita.
A este respecto, vemos que santa Teresa de Lisieux era una auténtica descendiente de los primeros santos proféticos de su Orden cuando tomó sobre sí la carga de ofrecerse como víctima al amor misericordioso de Dios. Esta consagración de nuestra santa moderna no es plenamente comprensible a menos que se vea a la luz de la primera tradición profética del Carmelo. En realidad, ella realizó ese ideal perfectamente en sí misma y por esta razón llegó a ser en nuestros días la patrona de las misiones católicas. Pues también el misionero tiene que comprender que es un profeta que lleva una carga, una carga de misericordia y de verdad que con demasiada frecuencia los seres humanos son incapaces de recibir. No es meramente un funcionario, ni un maestro, que va a organizar una comunidad cristiana y a difundir unas verdades doctrinales. Lleva con él, en su poder sacramental, no sólo noticias sobre Cristo, sino la presencia del Redentor y la realidad de la Redención".
Thomas Merton, Humanismo cristiano
(El ideal carmelita primitivo)
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