"La certidumbre de la esperanza cristiana está más allá de la pasión y más allá del conocimiento. Por tanto a veces hemos de esperar que nuestra esperanza entre en conflicto con la tiniebla, la desesperación y la ignorancia. Por tanto, también debemos recordar que el optimismo cristiano no es una perpetua sensación de euforia, un consuelo indefectible en cuya presencia no es posible que exista angustia ni tragedia. No hemos de empeñarnos en mantener un clima de optimismo meramente eliminando las realidades trágicas. El optimismo cristiano reside en una esperanza de victoria que trasciende a toda tragedia: una victoria en que pasamos más allá de la tragedia con Cristo crucificado y resucitado.
Es importante recordar la profunda seriedad, a veces angustiada, del Adviento, cuando las embusteras celebraciones de nuestra cultura mercantil armonizan tan fácilmente con nuestra tendencia a considerar la Navidad, conscientemente o no, como un regreso a nuestra inocencia y a nuestra infancia. El Adviento debería recordarnos que el "Rey que ha de venir" es algo más que un encantador niñito sonriendo (o si se prefiere una espiritualidad dolorosa, llorando) en las pajas. Cierto que no hay nada malo en los tradicionales gozos familiares de la Navidad, ni tenemos que avergonzarnos de seguirlos hallando capaces de aguardarlos sin demasiada ambivalencia. Después de todo, eso, por sí mismo, no es poca fiesta.
Pero la Iglesia, al prepararnos para el nacimiento de un "gran profeta", un Salvador y un Rey de Paz, piensa en algo más que en un júbilo estacional. El misterio del Adviento enfoca la luz de la fe sobre el significado mismo de la vida, de la historia, del hombre, del mundo y de nuestro propio ser. En el Adviento celebramos la venida y aun la presencia de Cristo en nuestro mundo...".
Thomas Merton, Tiempos de celebración
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